
Ayer me había levantado profundamente antikirchnerista. En el ascensor le dije a mi vecina: “así ya no se puede vivir, es una bar-ba-ri-dad, no sé dónde vamos a ir a parar”. Ella me miró con esa cara con la que me miran últimamente y me dijo: “¿A planta baja?”.
Claro, la entiendo. Es que no había captado mi flamante republicanismo cívico-opositor. Y tiene motivos, ya que nuestro último intercambio fue la noche en que la vi en el balcón maraqueando con las cacerolas, en el fragor del conflicto con el campo, y le pregunté cómo iba a hacer para subir la cosechadora hasta el quinto piso.
Pero bueno, la cosa es que había escuchado con suma atención el editorial de ese periodista de Radio Mitre del cual no puedo acordarme su nombre (no, Dady Brieva, no. Pagani tampoco. El que está antes, che. Ese.) Y digamos que me convenció: “el gobierno tiene que llamar a los mejores para elaborar sus políticas, porque está bien que hasta ahora tuvieron suerte, pero la suerte se acaba, no?, y ahí hay que convocar a los que saben”, decía. Yo miraba fijamente mi celular y hasta lo puse a cargar por las dudas, pero nada. Luego empecé a revisar autocríticamente todo el apoyo obsecuente que le había dedicado a este gobierno de mafiosos, ladrones y chantas improvisados mientras me duchaba. Al mismo tiempo seguía pispeando el celular -que ahora estaba al lado del cepillo de dientes- por si me llamaban de
Después de eso fue que bajé en el ascensor y hablé con mi vecina. Y más tarde subí al subte y me trencé en una acalorada charla con ocasionales vecinos de vagón acerca de lo intolerable que había sido estar anoche una hora sin aire acondicionado. Debuté con esta frase: “Y claro, aparte de que nos mienten con las obras que anuncia De Vido, encima les siguen dando luz gratis a los de las villas para que vean Direct TV”. Ahí me sonrieron cómplices y sentí que volvía a enamorarme de esta maravillosa ciudad.
Después entré a la oficina, hice un par de boludeces de esas que quizás ayudan algo a alguna gente y me dispuse a redactar la renuncia mientras pensaba: “está bien que soy un funcionario de cuarta línea, pero algún peronista debe dar el ejemplo”, como dice Pablo Unamuno en la 23 anunciando su pase a
Como todavía era un poco temprano y quien debía recibirme la renuncia estaba inaugurando una de esas obras públicas que en realidad no se hacen pero sí se inauguran y la gente de esos barrios va y las usa y se atienden y llevan a los chicos al médico y los viejos van y sacan turno para operarse de cataratas o para que les den anteojos gratis o todas esas boludeces con las cuales los siguen teniendo cooptados dentro de la maquinaria electoral y espuria del partido gobernante, me puse a leer los diarios. Porque los pobres giles esos van a esos lugares que en realidad no existen pero de puro crédulos que son, nomás, van y hacen esas cosas y encima están contentos. Todo por unos dientes o unos anteojos. Nuestro país nunca va a salir adelante con tan bajas expectativas ciudadanas, pensé, mientras ojeaba
La cuestión es que cuando terminé de leer toda la prensa escrita a punto de desaparecer culpa de Moyano decidí darme una vuelta por los blogs. Obvio que no podía leer los mismos que leía antes, cuando era un miserable simpatizante del oficialismo. Así que decidí rumbear para lados más pro. Y caí en esta nota de
Apa. Upalalá. Eso sí que no. Con Artepolítica no jodan eh!. Que el único ultraoficialista, alcahuete y chupamedias de los Kirchner ahí soy yo (salvo cuando escribo cosas como ésta) No hablen mal de mis amigos ni de los más de 300 blogueros que, cuando quieren, postean lo que quieren y como quieren en
Listo. Qué suerte. Hoy ya se me pasó la onda opositora. Vuelvo a la barbarie, ese magma difuso donde no se es -precisamente- ni opositores bobos ni oficialistas ídem.