Vamos a hablar de la inauguración del Mundial. Y vamos a
sentenciar: un fiasco. Malísima.
Apenas 600 tipos sobre el campo de juego, dejando más
espacios vacíos que la defensa de Racing. Nula utilización del espacio aéreo,
contrariando la cultura brasileña del carnaval que, entre tantas otras maravillosas cosas,
tiene la habilidad perfecta de “ganar en altura” con sus carrozas y sus tríos
eléctricos. Coreografías antiguas y remanidas. Una puesta sin “puntos de
atención simultáneos”. Trajes que, comparados con las escolas, daban pena. Unos
chicos haciendo que hacían juegito con pelotas atadas a un alambre. Si en
Brasil, sí, en Brasil, no te consiguen 20 pibes que la descosan haciendo
jueguito en serio, vamolón. Cerremos todo.
Y la transmisión televisiva: sin sonido directo para la TV
parecía que “tomaban” el audio ambiente. Planos cortísimos en el 80% de la
fiesta (¿para que no se note?).
La técnica: la lona vinílica del piso arrugada, mal tensada.
Imperdonable. La pantalla de led redonda con una terminación berreta antes de
que se abra y cerrando mal los gajos al final (sí, es cierto: hacer una cosa
redonda con pantallas no es fácil, pero se puede).
Hasta aquí, la típica “critico porque puedo criticar”.
Ahora
bien, la pregunta es: ¿tuvo algo que ver en el diseño de la fiesta inaugural el
gobierno de la compañera Dilma? Espero que no y ni quiero saber. Porque si
tuvieron que ver me preocuparía que la “austeridad” de la fiesta haya estado
motivada por la crítica a la realización del Mundial de algunos sectores de la
sociedad brasileña.
Es decir: si decidieron ser austeros por este motivo me
defraudaría el “alto contenido progresista del PT”. Si me la dejan a mí, y me
critican una decisión ya tomada hace años, te hago la fiesta mais grande do mondo. Porque
Brasil es una potencia mundial y su característica “central” es ser una
potencia “vistosa”, alegre, fiestera. Populista, bah.
Para las cosas austeras esperemos a Suiza 2084, qué tanto.