22 marzo 2016

Un fuego que quema



Let me also wear
Such deliberate disguises
T.S.Eliot

Ser "incorrecto" con cierta simbología y valores de lo popular pudo ser una operación intelectual interesante cuando esa simbología estaba estirada y sobre estirada casi hasta laminarla (lo cual, no casualmente, nos permite poner entre estos paréntesis el grado de espesor que le otorgamos a los "sobre-estiramientos simbólicos", provengan del cuadrante ideológico que provengan).

Esa incorrección, o al menos la incorrección que más nos convocaba, convengamos, no provenía de los históricos adversarios de las tradiciones nacionales y populares. Por el contrario, era ejercida por muchos que, teniendo su origen en esas fuentes, sacaban las patas para estirarlas y así, de paso, pegarnos un voleo en el culo. A veces efectivo, la más de las veces efectista. Pero voleo al fin.

Nos enojamos muchas veces, nos sonreímos otras tantas, con esos artilugios de una inteligencia política que supo enmascarar en la ironía, cuando no en una pretensión cínica fallida, muy propia del siglo 21. Que es, como toda expresión filosófica y ética de estos tiempos, un cinismo part-time que  está más preocupado por el impacto que por rechazar los convencionalismos de la época. Por el contrario: es un cinismo fallido que, en vez de buscar escandalizar, intenta precisamente lo contrario: agradar a unos poquitos elegidos. Es, en fin, mucho más cáscara que pulpa y de ahí su aceptación por ciertos círculos intelectuales, más preocupados por diferenciarse que por pertenecer.

Bueno, podemos decirlo hoy y reiterarnos: a nosotros también nos parecía que algunos discursos estaban agotados, que había que "pasar de pantalla", que había que dejar la comodidad de ciertos territorios conocidos y salir a explorar al descampado. Por cierto: un discurso funciona solo cuando contiene una importante dosis de iteración. Un discurso dicho una sola vez no es discurso, es texto. Pero: un discurso reiterado por demás -sobre todo si es emitido desde el poder- también deja de funcionar. Se degrada. Se avejenta. Pierde, en el camino, la frescura que lo torna vital y por lo tanto escuchable.

Entendimos y entendemos que hubo un momento en que el campo simbólico de lo nacional-popular se solapó con el poder político existente. Doce años duró ese momento. Y que un modo de marcar diferencias con ese poder político implicaba caminar por la cornisa de lo "políticamente correcto" para la sensibilidad nac&pop e incluso enfrentarla, tensionarla, incomodarla.

Quiero ser claro: el campo nacional-popular no puede estancarse a la hora de la lucha por el sentido. Tiene la obligación de moverse (la misma obligación que tiene el campo del conservadurismo, claro, que de eso se trata la lucha por la significación, que es constante, permanente e irresoluble). De adaptarse. De dar cuentas de los cambios y, en este dar cuenta, generarlos. Por ejemplo: valoramos, sentimos como propia y nos constituye la larga tradición de la lucha por los derechos humanos en nuestro país. Pero no podemos dejar esa tradición en un punto fijo, sobre todo si se ha alcanzado ese punto fijo como una conquista. Entonces le resta a la política nutrir y actualizar ese tópico para honrar del mejor modo a esa tradición. Memoria, Verdad, Justicia y, también, nuevos derechos.

Ahora bien: la pregunta que amerita, que seguramente lejos estará de incomodar a aquellos que -precisamente- han hecho de incomodar su coyuntural fe, es: ¿se puede mantener esta actitud con la emergencia de un nuevo gobierno que lejos está de querer representar el mismo espectro simbólico del gobierno pasado y que, bien por el contrario, viene a restaurar políticas antagónicas ya no con Cristina sino incluso con todo el extenso campo de las tradiciones populares argentinas?

Dicho de otro modo, mucho más directo: por más bronca que le tengas al kirchnerismo y su uso (¿y abuso?) de la temática de los derechos humanos, ¿es posible tratar de explicar como  simple descafeinización epocal la discusión acerca del número "real" de desaparecidos que nos regalara el culto Lopérfido desde Pinamar?


Preguntas que intentan, en medio de la caverna, no confundir sombras con oscuridades cuando en el fondo de todos nosotros crece un fuego dispuestos a quemarnos por igual. Porque la etapa de los chistes, lamentablemente, parece haber llegado a su fin.