13 julio 2015

Un grito y después...

Y entonces lo que se escucha es un eco que viene de lejos. De demasiado lejos, que es el único modo en que el eco funciona.

No olvidemos que, para ser eco, el grito tuvo que ser fuerte. Y que enfrente tuvo que haber montañas de las altas. No hay eco, nunca hay eco, en las llanuras de la continuidad. Entonces, primero, recordemos que hubo un grito ante las montañas y ante un vacío.

Tampoco, a fuerza de ser veraces, fue un grito. No. Se mezclaron, como se mezclan las cosas en el territorio de la realidad, los susurros, las medias palabras, las interjecciones, las sentencias claras y las contramarchas. Pero hubo en todo eso un grito, claro que hubo un grito.

¿Dónde está hoy esa potencia? Bueno, podemos creer -que de eso se trata siempre, de creer- que sigue rebotando. En los cordones de algunos barrios, en un calendario de vacunas, en un recibo de sueldo formal, en una sirena de una fábrica, en una esperanza que espera, aún sigue rebotando.

Y sin embargo, también, podemos pensar -que de eso se trata siempre, de pensar- que lo que queda es, a esta altura, una comprometida reverberancia. Esa deformación, ese residuo, esa nostalgia. Y queda en las hipérboles grises de los panegíricos, en las transmisiones con estática de las aeme, en las encadenadas batallas culturales que se miran por la tevé.

La respuesta, si es que hay una respuesta, está afuera y adelante. Porque podemos sentir -que de eso se trata siempre, de sentir- que a partir de ahora todo está por hacerse. Y que está bueno que ahora les toque hacer a otros.


Grito, eco, reverberancia. Lo único permanente es el aire. Ese aire a través del cual el pueblo escucha para luego decir su sentencia. Algunos gustan de llamar a esto simplemente historia. 

06 julio 2015

La necesidad




(acá pueden insertar citas sobre "la política como espectáculo"
 o cosas así de teóricas, pero fiaca)


Sobreanalizamos los resultados electorales.

Los medios necesitan sobreanalizar, porque están prisioneros de llenar los espacios, continuando con esa lógica que se instauró con la llegada de los canales targeteados y del cual TyC fue pionero. Allí nacieron esos bodrios de cinco o seis tipos sentados delante de una mesa en U que debaten hasta la hermenéutica de un corner mal tirado. Tendencia que al poco tiempo llegó a las tardes con los chimentos de la farándula y que hace un par de años colonizó los programas "de política".

Nosotros, en las redes sociales, necesitamos sobreanalizar, porque estamos prisioneros de llenar nuestro vacío, vacío que tiene directa relación con la falta de análisis serios en los medios, de los cuales seguimos siendo tributarios.

Los políticos necesitan sobreanalizar, porque están prisioneros de "ocupar agenda", prisión que eligen tácitamente al abandonar lo que debiera ser una de sus misiones centrales: fijarla.

Hasta acá no es grave. Lo grave es que, además, al sobreanalizar se produce un mecanismo de desfase, de pérdida de rumbo y de sensatez. Porque se analiza desde el deseo propio y no desde la crítica y la búsqueda de objetividad. Entonces vemos una esfera pública que pasa a estar dominada por la propaganda más berreta, por el inmediatismo, por "la última novedad", por el último resultado en la mesa de Necochea.

Incluso vemos el ostensible patetismo de aquellos que a esta altura consumen de la que venden. Tan acostumbrados a machacar con la pretensión de imponer un sentido, han terminado adictos de sus propios desvaríos voluntaristas. Que suceda esto con chicos y chicas que recién se acercan a este juego vaya y pase, pero que le suceda a gente grande, con décadas de editoriales domingueros no deja de ser vergonzante.

Los procesos electorales no son un partido de fútbol. Son un campeonato que dura cuatro años o al menos dos. Que tiene, como particularidad, que el resultado del partido está un día equis, el día de la elección. Pero el sentido del resultado se construye lenta y persistentemente por decenas de meses. Tratar de entender esto es la diferencia entre la opinión de café y el análisis político.

Paralelamente, mientras nos divertimos (?) con el minuto a minuto, nos acercamos a una elección presidencial inédita. Y es inédita porque será la primera desde 1983 que no está impregnada de ninguna crisis socio económica terminal y al mismo tiempo implica la posibilidad latente de un cambio de liderazgo en el proyecto político que puede triunfar. Y estamos perdiendo, como país, una magnífica oportunidad de traer al debate público una agenda superadora de lo existente con nimiedades como Xipolitakis, el juez Cabral o el posporno.

Esto pasa en la esfera pública, pero en las elecciones votan todos. Y basta tener un poquito de calle para tener muy claro que las mayorías podrán consumir estas noticias y cruces, pero lejos, muy lejos, están de afectarlos directamente en sus vidas cotidianas. Y entre las multicausalidades de un voto, la balanza siempre se inclina para el "qué me conviene a mí". Acá hay un vacío por llenar estrategas consultores.


Por supuesto hay excepciones en cada lado, pero un par de flores excepcionales no hacen un campo en primavera.