11 noviembre 2012

Lo que me dejó el #8N





Sinceramente, no tengo la menor idea de cuáles serán las consecuencias políticas, sociales o electorales de la reciente manifestación ciudadana del jueves pasado. Sin lugar a dudas –como absolutamente con todo lo que sucede- traerá aparejado algún tipo de efecto y de modificaciones en la esfera pública. Siempre, insisto, es así. Nada, nunca, nadie, está exento de las múltiples influencias del devenir social.

Lo único que, luego de la manifestación y de leer o mirar detenidamente las opiniones de quienes marcharon y de quienes ven con simpatía y buenos ojos esas marchas, tengo absolutamente claro es lo siguiente: no quiero estar de acuerdo con ellos. Nunca. No quiero ponerme de acuerdo con ellos. Nunca.
Somos distintos, y esa diferencia me enorgullece y me obliga a decirlo a los cuatro vientos: hice, hago y haré política para combatir su modo de ver la vida, la sociedad, la política y la economía.

Como a lo largo de toda mi vida militante, trataré de convencer a los convencibles, a los que no estuvieron en esa marcha, a los que no salieron a cacerolear, que son más y están en silencio, mirándolos y mirándonos. Trataré de escuchar y de aprender de ellos, de esa gente, de sus deseos, de sus ambiciones y de sus necesidades. Y trataré de formar parte de un colectivo político que atienda sus demandas.

Pero con estos y con su modo de ver la vida, nada.  No quiero satisfacer sus demandas ni sus ambiciones, ni siquiera las más sensatas y las que –si uno no fuera exigente con uno mismo pero también con los demás- a primera vista pareciéramos compartir.
Porque cuando piden seguridad piden mano dura. Y nosotros creemos que venimos de décadas de mano dura y esas políticas son un fracaso que sólo llevan a más inseguridad.
Porque cuando piden libertad están pidiendo libertad para hacer lo que ellos quieren hacer sin pensar un segundo en las consecuencias que ese ejercicio tiene en el resto de sus compatriotas. Y por décadas enteras tuvimos esa clase de libertad. Y esa clase de libertad perjudica a las mayorías populares. Quieren dólares? Me importa un carajo. Jódanse. Este no es su tiempo.
Porque cuando dicen tener miedo a lo que tienen miedo es a perder los privilegios que siempre tuvieron, los privilegios políticos y económicos que hacen de nuestro país un país profundamente injusto y desigual.  Y cuando yo tengo miedo es miedo a volverme como ellos, a su egoísmo, a sus patrones de consumo, a sus pautas culturales.
Porque cuando hablan de libertad de prensa le pegan a los periodistas, y cuando yo hablo de libertad de prensa pienso en que todos –incluso ellos- puedan opinar lo que se les canta sin temor a ser muertos, desaparecidos, torturados, perseguidos. Y eso le pasó a tipos que me enseñaron a pensar como pienso hoy y no tipos que piensan como ellos.
Porque cuando dicen estar en contra de la intolerancia, en verdad lo que están diciendo es “no me gusta que me discutan, que me argumenten, que me demuestren que soy determinado tipo de persona”. Y yo no soy ese tipo de persona.

Así que muchas gracias, compatriotas, por marchar, por quejarse, por manifestarse y por hablar. Sobre todo gracias por hablar y sacarse las máscaras. Porque son ustedes los que me hacen ser lo que soy. Muchas gracias. Porque nunca vamos a ponernos de acuerdo.
Por suerte. 

05 noviembre 2012

El dilema de la legitimidad



Al momento de sentarse a escribir ciertas reflexiones acerca de la coyuntura política, hay determinados tópicos con los cuales uno debe interrogarse acerca de su conveniencia a la hora de abrir el debate.
Y esta pregunta lleva a otra, que últimamente visita mucho las páginas inactivas de este blog: ¿para qué y para quienes escribimos? El para qué es una pregunta que no tiene respuesta utilitaria, así que mejor ignorarla. En cambio, uno desearía que el sentido de con quiénes  se comparten estas reflexiones de vez en cuando se cumpliera: uno empezó a escribir desde un lugar, tomando abiertamente una posición cuando asumir que tomar posición a la hora de analizar la política no formaba parte del sentido común como, fortuitamente, ahora sucede. Sin embargo, se intenta siempre que esa subjetividad no anule –mas bien todo lo contrario- ni el sentido crítico a la hora del análisis ni la pretensión de honestidad intelectual. La asunción de la subjetividad, entiendo, encarna una obligación compleja: implica un ejercicio de la autocrítica mayor que si nos mantenemos en la mascarada de los objetivismos.
Entonces: acá se escribe para aquellos que son compañeros y no tienen miedo de pensar más allá de las consignas de barricada y se escribe para aquellos que –no siendo compañeros-, tienen la curiosidad de ver qué pasa del otro lado del río. Se intenta escribir, vamos, del mismo modo en que se intenta leer y pensar.
¿Tiene sentido, a esta altura, otro post que diga “Clarín malo”? Hay, felizmente, muchos de esos. Más aún: tiene algún sentido, a esta altura del campeonato, escribir “Cristina buena”? Hay, lamentablemente, demasiados de esos en los territorios de sentido que caminamos. No es en esa comodidad analítica que podemos aportar algo, si es que en algún lado pudiéramos.

Y, luego de este parrafado confesional, es que volvemos al inicio: ¿conviene escribir de ciertas cosas? ¿le conviene al gobierno que defendemos hacer públicas nuestras desavenencias? ¿hay espacio –en medio de una batalla- para pensar y parar la pelota? ¿O es todo Giunta, Giunta, Giunta, huevo, huevo, huevo? Qué se yo. Escribamos. 

Lamentablemente, la necesaria batalla por la plena aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, ha impregnado toda la acción política del gobierno nacional de unos cuantos meses a esta parte. Y decimos acción política, puesto que el gobierno  -con aciertos y errores, eso es harina de otro costal- ha seguido gestionando e impulsando medidas de trascendencia. Pero pareciera haber disminuido la voluntad de acumular políticamente en torno a ellas. Desde siempre, aquí hemos postulado que el kirchnerismo es infinitamente mejor en sus hechos que en sus discursos. En sus realizaciones que en sus relatos. Y la pelea con Clarín nos ha reducido, limitado, encorsetado. Que para el Grupo Clarín esta disputa sea la única preocupación de su accionar es absolutamente comprensible. Que eso suceda para la fuerza política que maneja los destinos de un Estado, no lo es. A una corporación gigantesca no se le gana cayendo en su terreno.
Y así, en esta semana tendremos en las calles de las grandes ciudades una protesta ciudadana –cuya magnitud tampoco importa a la hora de este análisis- ante la cual nada se ha hecho para intentar limitar, sofrenar, debilitar. A pesar de que la misma tiene múltiples aristas sobre las cuales operar políticamente, partiendo de la base de que es una protesta con una heterogeneidad en sus demandas que permitiría intentar “descoser” a algunos sectores. No es lo mismo pedir dólares que seguridad. No es lo mismo reclamar por supuestas libertades vulneradas que por la inflación. Y no es lo mismo amontonar que dividir a tus adversarios.

Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho hasta aquí, resulta imprescindible alertar sobre una cuestión: no todos los manifestantes del 8N son golpistas. Es más: nos jugamos a que son una ínfima minoría. Ponele la misma minoría que se va a Miami. Pero hay, entre los ideólogos detrás del 8N una actitud claramente destituyente: se trata ya no de criticar el accionar del gobierno o de sus funcionarios, modo de protesta absolutamente democrático, sino de comenzar a erosionar y poner en cuestionamiento la legitimidad de este gobierno. Y de ahí las columnas de opinión que –repitiendo argumentos trillados en nuestra historia por sectores desestabilizadores-  trazan diferencias entre “legitimidad de origen” y “de ejercicio”. O bien, como un ex periodista dijo anoche por televisión, “las mayorías no dan derechos”. ¿Y qué si no las mayorías, en un sistema democrático, libre y respetuoso de las reglas del sistema (tal como el nuestro), podrían dar derechos?

Por supuesto, en las tele-democracias post modernas, dormirse en los laureles de los resultados comiciales es un pecado mayúsculo. Porque si bien la “legitimidad” de cualquier gobierno sólo se pone en juego en las elecciones o ante groseras violaciones a la Constitución (y aquí nada de eso ha pasado ni siquiera de cerca), la construcción de consenso social que avale su accionar se debe dar de modo continuo y continuado. Y si bien el campo de la “opinión pública” es un subconjunto menor dentro de la sociedad, no deja de ser el cualitativamente más poderoso y, ojota, contagioso.

El temita de la legitimidad. Se leerá bastante esta palabreja en estos días. Ese es el huevo de la serpiente. Y es bueno que lo tengamos bien presente. Los que van el jueves y los que no vamos.  

01 noviembre 2012

Apuntes doctrinarios

"El mundo no solo consiste en cosas sólidas, sino en flujos de fuerzas, en movimientos de energía o en modificaciones de la configuración del shih. Estas constituyen el Tao".
"el mayor impedimento para conocer el Tao es la fijación. En lugar de ser el agua que se despeña por el barranco, somos nuestro propio enemigo, impidiendo su flujo. Nos atenemos a una visión reducida, a una pequeña parte dentro del gran movimiento, en lugar de movernos con él de forma fluida".

"Ahora bien, lucha por conseguir la victoria, ataca y alcánzala.
"Pero no sería de buen augurio que no tuvieras en consideración tus logros. Pues, de ese modo, tu destino sería el de `la riqueza que se escapa`.
"Por eso se ha dicho:
 El gobernante iluminado la contempla.
El buen general la persigue.

Si no es ventajoso, no actúes.
Si no es asequible, no utilices tus tropas.
Si no hay peligro, no presentes batalla.

El gobernante no puede reclutar un ejército llevado por la cólera.
Ni el general puede presentar batalla llevado por el rencor.
Si te ha de producir beneficios, utiliza tus tropas.
De lo contrario no lo hagas.

La ira puede convertirse en alegría,
y el rencor puede convertirse en gozo.
Pero una nación destruida no puede recuperarse,
ni los muertos pueden volver a la vida.
Por eso, aquel soberano que sea lúcido tendrá en cuenta esto.
Y el buen general prestará atención.

Todo esto constituye el Tao para salvaguardar el estado y para mantener unido al ejército.

El arte de la guerra. Sun Tzu.