Todos somos parciales. Todos. La objetividad no existe. Ni la neutralidad. Este es, acaso, el único componente positivo del, a esta altura, largo debate que viene atravesando el periodismo en nuestro país (debate que, vale acotar, no se limita a nuestra geografía. El rol y el modo de ejercer el periodismo está puesto en cuestión en el mundo entero. Puesto en cuestión porque su poder se fue acrecentando con la misma velocidad que las instituciones de la modernidad caían en el descrédito y, ahora, también el "relato" del periodismo está puesto en cuestión por las sociedades).
Esta revelación -la de que el periodismo puede (y debiera?) tener pretensión de objetividad, sólo es nueva en el debate público y masivo. Porque alcanza con haber leído un par de libros teóricos sobre la cuestión, entrado aunque sea una vez a una clase de una universidad seria y comprometida con el saber, para notar que en la academia hace rato está filosófica y deontológicamente cerrado. Punto.
¿Cómo ejercer entonces, de manera honesta, el periodismo hoy? Esta es una pregunta que debemos hacernos cotidianamente los que ejercemos el oficio. Lo he dicho mil veces, lo voy a repetir: yo elijo "blanquear" mi ideología como primer paso, como primer contrato de transparencia que ofrezco a los demás. Que el que me escucha o me lee, sepa desde dónde hablo. Desde qué lugar digo lo que digo o escribo lo que escribo.
En segundo lugar, entra a tallar algo que es estrictamente individual: la autoexigencia. La autocrítica. Ponerse en cuestión a sí mismo las propias convicciones y creencias es el modo que he encontrado para ejercer mi trabajo. Es una tarea ardua, conflictuante. Es mucho más sencillo y menos agotador, simplemente, creer y no dudar. O sea: dudar. Dudar siempre. Sobre todo de uno.
Hay un tercer paso: darle la voz, dentro de lo posible, dentro de lo que tu lugar en la cadena de producción de chorizos que significa "construir" una noticia te permite, a diferentes posiciones. Contrastar. Escuchar cuando se pregunta, simplemente escuchar, tratando de quitarse los preconceptos que uno, como asumo al principio de esta nota, tiene.
Y hay, sobre todo hay, algo que en verdad está detrás de todo lo demás. Es la base, el cimiento: no mentir. No mentir nunca en el ejercicio de la profesión. Es eso, quizás, lo que traza la frontera entre la militancia y el periodismo. Cuando uno es un militante tiene, como parte de sus obligaciones y deseos, la voluntad de convencer al otro. Y a veces, para convencer, se puede llegar a mentir o, al menos, no decir toda la verdad. Que no es exactamente lo mismo, pero se parece. Es, este de no mentir, como todo "mandamiento", un anhelo, una búsqueda. De ahí la autocrítica. De ahí la responsabilidad social que todo periodista
también tiene.
Hoy, una vez más, Joaquín Morales Solá desprecia a la profesión que tanto dice defender. Mintiendo. Porque toda
su columna - como toda columna de opinión- puede ser puesta en cuestión en tanto contiene, precisamente, opiniones. Es el rol del editorialista, del columnista. Pero Morales Solá hoy miente. Miente cuando dice esto:
"La madre de Marcela y Felipe, Ernestina Herrera de Noble, fue encarcelada por el juez Marquevich por haber cometido un presunto delito que, según se sabe ahora, nunca existió"
Y esto es falso. El arresto de Ernestina Herrera de Noble se produce por la constatación de la Justicia del falseamiento absoluto de los trámites de adopción realizados por la señora. Partidas truchas, datos falsos, documentos adulterados, testigos inexistentes. Todo eso, Morales Solá, existió y está probado. Tan probado como hasta ahora, tantos años después, probado está que Marcela y Felipe no son hijos de desaparecidos cuyos perfiles genéticos estén almacenados en el Banco Nacional de Datos Genéticos.
Usted no es periodista Morales Solá. Ni independiente ni militante ni ninguno. Usted es un mentiroso. Y como tal desprecia lo que debiera unirnos a los que trabajamos de esto: la batalla -que siempre perderemos, claro, pero que siempre daremos- por acercarnos a algo que decidimos llamar verdad a falta de otra cosa que lo explique mejor.
Da vergüenza.