Pasó la tormenta. Pasaron decenas de muertos. Otra vez: decenas de muertos. Otra: decenas de muertos. Decenas de familias destrozadas. Miles de familias que ahora sufren, mientras se escribe esto, las pérdidas. De abuelas, de hermanos, de hijos, de padres. O sufren, también sufren, la pérdida de cosas: de heladeras, de ropa, de muebles, de vidrios. Eso es objetivo.
Tan objetivo como que los estados, los distintos estados, el municipal, el provincial, el nacional, tienen -seguramente tienen- responsabilidades. Que serán de distinto grado, de distinto tenor. Pero que son. Y eso es objetivo.
Tan objetivo como no soy ingeniero hidráulico, ni rescatista, ni experto en emergencias, ni nada que me permitiera algún tipo de opinión mínimamente seria sobre esas responsabilidades y por ello me abstengo de señalar culpables. Es una sensación tan placentera señalar culpables, no? Y eso es objetivo.
Tan objetivo como que cientos y miles y miles y muchos más compatriotas están, desde que paró de llover, ejerciendo uno de los actos más nobles que el ser humano pueda ejercer: la solidaridad. Es decir: ayudar al otro. Como se pueda. Con lo que se pueda. Desde donde se pueda. Hay quienes lo hacen a través de sus confesiones religiosas, quienes lo hacen a través de organizaciones de la sociedad civil o políticas, quienes lo hacen desde el anonimato y quienes lo hacen desde la figuración. Pero lo hacen. Y eso es objetivo.
Tan objetivo como que desde ayer, en diversos medios y por diversos modos, se ha entablado una especie de campaña demonizadora contra los militantes de La Cámpora que, a todos nos consta, en algunos lados más unidos y organizados, en otros menos y despelotados, en otros junto a otras organizaciones, en otros solos como perros malos, salieron a hacer lo que cualquier militante (Repito. Cualquier militante: político, social, sindical, religioso, agnóstico o anarquista) tiene el deber de hacer: estar junto a los que necesitan ayuda. Y ese estar ahí como militante tiene tres sentidos: uno es íntimo, del orden de la ética ciudadana: ayudar al prójimo te hace bien. El segundo es de carácter personal: para el militante es constitutivo de su conformación como tal. Redundantemente militar te hace un militante. Por último, hay un sentido que tiene -para cualquier militante (otra vez: repito, para cualquier tipo de militante)- carácter colectivo: uno es uno entre los suyos. Y de ahí la necesidad de identificarte como tal. De ponerte la pechera. La pechera te hace uno ante tus compañeros y te hace uno ante tus vecinos. Portar una pechera, sea de la cruz roja, de Caritas, del PO o de La Cámpora es un orgullo militante. Y esto es objetivo para cualquier militante que sea o haya sido tal.
Tan objetivo como que los medios, o muchos de ellos, no pueden abandonar su infinita necesidad de ignorar la responsabilidad social que como tal tienen. Ayer escuché a un fulano decir en un canal de tele, muy suelto de cuerpo, que si no fuera por los periodistas que vienen a suplir la ausencia de los políticos, las ciudades devastadas por el temporal hubieran caído en una especie de guerra civil. Ni más ni menos. Echan agua a la inundación, fuego al fuego. Son, y esto es subjetivo, unos irresponsables y canallas desalmados iniciando campañas contra aquellos que, mal que les pese, salen al barro de la realidad, lejos de los micrófonos y de los mullidos sillones de los estudios de tv y se embarran. A ver, muchachos: están para apuntar más alto que contra un militante de base. Agarratela con el gobernador, contra el jefe de Gobierno, contra el Intendente, contra la Presidenta. Agarrá e investigá. Y demostrá porque no hacen bien lo que tendrían que hacer bien.
Para investigar, entre otras cosas, sos periodista. Y esto es también subjetivo, claro.
Y es tan subjetivo como mi saludo y agradecimiento a los militantes, a todos los militantes, de todos lados, que hoy por hoy llevan el barro en sus ropas, pero no en sus corazones.