Mientras el Escriba está haciendo el mejor balance que se pueda leer acerca de los cuatro años y pico del gobierno de Néstor Kirchner, desde acá trataremos de otear un poquito lo que viene. Nos inspiramos en un hallazgo de Eduardo Van der Kooy en el Clarín de hoy: “Cristina y Kirchner, atados a la suerte política del primer año de gobierno”. La nota completa está acá.
Para empezar, me veo tentado de escribir sentencias como estas: “Las cosas les van a ir bien al gobierno si no pasa algo malo”, “van a seguir ganando elecciones mientras junten más votos” y cerrar esta columna con un contundente “si algo sucede, podrían sobrevenir vientos de cambio. O no”.
Pero evitaremos la tentación de volar tan alto en los análisis y plantearemos una hipótesis mucho más modesta del devenir político argentino en el futuro cercano. Ahí vamos.
Casi todos estarán de acuerdo en que el primer logro estructural de Néstor Kirchner a poco de asumir fue “reconstruir la autoridad presidencial”. Esta autoridad, que en sistemas democráticos presidencialistas como el nuestro es la primer “encarnación” de la política, venía por el quinto subsuelo de la patria post De La Rúa y el consiguiente estallido sociopolítico.
Mientras la política descendía a Primera D en el campeonato de “los poderes” que efectivamente gobiernan (paréntesis: ¿cuándo empezó a descender la política post recuperación democrática?: ¿Semana Santa? ¿Hiper?¿entrega del menemato?), convengamos que el resto de los que juegan este campeonato seguían en la A: grandes poderes económicos, transnacionales, organismos multilaterales de crédito y un equipo que, despacito, despacito, crecía y crecía en su ubicación en la tabla de promedios: los medios masivos de comunicación. El resto de las instituciones que hacen a un estado moderno -Justicia, Parlamento, partidos políticos, sindicatos, etc.- andaban del Nacional B para abajo. (Hay numerosísimos estudios de opinión que midieron y miden esto y lo reafirman, pero me da fiaca buscarlos para linquear. Sigo)
No voy a detenerme a analizar cuáles medidas de Kirchner posibilitaron que “el Presidente”-como institución- recobrara parte de su autoridad. Algunos verán con agrado la renovación de la Corte Suprema de Justicia, otros lo adjudicarán a su estrategia comunicacional de plantarse en el atril , otros a la marcha de la economía y hasta hay quienes vieron la semilla de este proceso en la orden dada a Bendini de descolgar el cuadro de Videla. Para el caso, no importa demasiado: de “Chirolita” de Duhalde pasó a ser la encarnación del hegemonismo (para los opositores) o la viva reencarnación del General (para los chupamedias). Ni tanto, ni tan poco, piensa Mendieta, pero que recobró autoridad, recobró.
Y a caballo de ese proceso, comenzó a recobrar “autoridad” la política como tal. Que no es lo mismo que “buena imagen”, por suerte. Pero sólo muy parcialmente: la crisis de los partidos continúa muy vigente a pesar de la contundente e indiscutible renovación de las principales figuras públicas, el prestigio y el nivel de nuestros parlamentarios sigue lejos de alcanzar estándares de cierta calidad y, quizás lo más importante para mí, los niveles de participación popular en el quehacer político siguen siendo más bien paupérrimos (Otro paréntesis: no tengo datos, pero sospecho que esta participación sólo ha crecido en los sectores más pobres de nuestra sociedad, bien por necesidad, bien por convicción o conveniencia. Quizás esto pueda dar una explicación más interesante de los buenos resultados electorales del kirchnerismo allí que las tesis del penalismo clientelar que propugna “liberar a los pobres”)
Pero, ¿y ahora que se va Néstor, qué? Tratando de ser lo suficientemente polémico como para que Mendieta mida, voy a proponer algo que sonará como un horror para demoliberales y republicanos de salón (espero que no para los republicanos serios, que los Hal): hace falta acumular mucho más poder político en Argentina. Sólo así se pueden dar condiciones que permitan avanzar con medidas populares ultranecesarias. La redistribución de ingresos, por caso.
Y acumular más poder para la política es bueno tanto para quienes son gobierno como para quienes son oposición, salvo para aquellos que –ya siendo gobierno, ya siendo oposición- expresan aquellos intereses privados que –potencialmente- pueden ser perjudicados por un avance de esta esfera pública.
Y es aquí donde la preocupación por el “doble comando” entre Néstor y Cristina se vuelve una tontera para llenar notas de diarios y que lejos está de las discusiones de fondo.
No habrá doble comando porque está claro que habrá división de tareas: Néstor en el armado de la propia fuerza política (un déficit más que evidente en estos cuatro años más allá de victorias electorales de ocasión) y Cristina en el armado de la gestión de gobierno. Esto parece estar claro. La incógnita es si hay estrategia de superación de lo conseguido en la cabeza de Néstor. Si van por transferir algo de la “autoridad presidencial” ganada a otros ámbitos. Si van por el armado consistente de una fuerza política que sustente un proyecto. Si van por transferir algo de “autoridad presidencial” ganada a la reconstrucción de “poder estatal” concreto (exagerando: a que si se decidiera un control de precios sobre “x”, hubiera agentes estatales capacitados para poder ejercer ese control, por ejemplo. Y no como ahora que dependemos de los buenos o malos tratos del patriota Moreno).
Quizás esta sea la disyuntiva de fondo: ir por más poder o administrar el existente.
Podrían sobrevenir vientos de cambio. O no.