Hablemos de fútbol. El título que encabeza esta columna es
utilizado despectivamente por aquellos que gastan a otro hincha carente de
resultados deportivos pero que salvaguarda su orgullo alentando, especialmente
si se pierde. Lo entiendo profundamente: soy hincha de Racing y, por demasiado
tiempo, lo único de lo cual vanagloriarse estaba en las tribunas y no en la
cancha.
Tal actitud, la de ser "hincha de tu hinchada", se
emparenta no tan lejanamente con un sesgo cultural nacido al calor del rock
barrial en los tristísimos noventas: el aguante. Impronta que rápidamente fue
adoptada por las tribunas futboleras y cuya expresión política de aquellos
tiempos fue "la resistencia". Resistencia a un estado de cosas que te
deja afuera, que te excluye, que te segrega. Resistencia al neoliberalismo.
Resistencia a perder.
Y no está de más detenerse aquí: porque si bien la
resistencia como modo político encarna ciertas dosis de orgullo, de compromiso,
de pasión y de terquedad (lo contrario de la resistencia es la entrega, claro),
negar que solo resiste aquel que va perdiendo sería al menos una inocencia.
La resistencia, entonces, solo puede ser entendida y
adoptada militantemente como táctica. Nunca como estrategia, nunca como un fin
en sí mismo. Bancamos, ahora bancamos, pero bancamos para cambiar, para armar
un equipo mejor, que juegue a algo, que mañana gane. Aquí la diferencia crucial
y cualitativa entre "el aguante", carente de futuro, y "la
resistencia", oda a la esperanza transformadora.
Sigamos hablando de fútbol. Es muy complejo jugar dos
campeonatos al mismo tiempo. Si apostás a la Libertadores el campeonato local,
como mucho, "se va viendo". Ya les dije: soy de Racing. Entonces, con
la relevante influencia de si tenés un equipo corto o uno largo, de si tenés
buen banco de suplentes o buenas inferiores para ir mechando, hay que priorizar
algo. Todo no se puede. Sobre todo no se puede si el local lo jugás de
visitante desde hace 8 años. Y mucho menos si vas a jugar el torneo chico
hablando del grande. Hay que saber adaptarse.
Los buenos técnicos y los buenos planteles, antes este tipo
de disyuntiva, tienen claro desde el primer momento cuál es el objetivo. Y a
partir de ese objetivo es que trazan sus estrategias, sus planteos tácticos,
sus formaciones a la hora de salir a la cancha.
La mayoría de las veces, sobre todo cuando los resultados no
se dan, la hinchada no tolera que se priorice un torneo por sobre otro. La
hinchada quiere ganar siempre. Por eso, los buenos técnicos y los buenos
planteles no juegan para la hinchada. Juegan para cumplir sus objetivos. Que no
es lo mismo. También, los buenos técnicos y los buenos planteles se dedican
mucho tiempo a "explicar" esos objetivos. Y nunca dejan que los
voceros de una campaña sean los miembros de la hinchada, poco afectos a leer el
Manual de Conducción Política.
Dicho todo esto para mantener la calma, abjurar de la cómoda
cultura del aguante, saber que en algunos torneos debemos ser resistentes y en
otros salir a ganar. Y que se puede ser hincha, técnico y jugador al mismo
tiempo si uno se propone usar la cabeza además del corazón.
Hablamos de fútbol, ya dije.