Entiendo, no sin esfuerzo, que el grave
daño ambiental producido por la quita de árboles en la 9 de julio estén
monopolizando nuestros cerebros y, sobre todo, muy especialmente, nuestros
corazones. O sea: ¿cómo podríamos apasionarnos
de este modo si no estuvieran en juego aspectos nodales de nuestra
argentinidad, es decir los valores más profundos que nos constituyen como
Nación? Asumamosló: a los argentinos, podría decirse que incluso
antes de que existiéramos como tales, nos gusta pelearnos. Y también nos gusta
exagerar. Por eso, por ejemplo, como argentino, yo pongo que “ a los argentinos
nos gusta pelearnos y exagerar”. Exagerando, claro. Y escribo esto porque me gusta
pelear. Como a independistas y colonialistas, como a unitarios y federales,
como a yrigoyenistas y alvearistas, como a peronistas y marcianos, como a Majul
y el español. Así nos gusta pelearnos.
Entonces, como ya están resueltos temas que
en otro momento podrían habernos hecho pelear, como por ejemplo la justicia
social, la calidad de la educación y la salud pública, la matriz productiva de
desarrollo nacional y huevadas por el estilo, y con el afán de no perder
nuestras mejores tradiciones –por ejemplo, en este caso, la tradición de no
aprender nunca de nada- ahora nos peleamos por unos arbolitos de mierda. Me parece
muy bien y banco con todo mi ser.
Eso sí: agreguemos otros temas que hagan al
futuro que todos anhelamos. Un futuro en que, lo importante, es ganar en la
pelea que coyunturalmente estemos dando.
Particularmente, lo que me preocupa a mí es
que nunca vamos a ganar la Davis con este clima de confrontación. Y que en la
polémica Nalbandian-Del Potro yo hincho por el umpire. Una especie de tercera
posición.
Bien peronista, digamos.