La Bloguera: pre-producción.

La primera palabra que escribí –debiera decir copié-, a los cuatro años, fue Hitachi. Era la marca de la portátil que había en mi casa, esas revestidas con funda de cuero.

Alguna vez creo haberlo contado: vivía en un pueblo en que sólo podía verse televisión (y con mucha “lluvia”) los días húmedos, siempre y cuando apuntaras bien la antena para Mar del Plata y el “booster” no se hubiera sulfatado.

Digamos que crecí sin tele, lo que me permitió que me divirtiera en grande leyendo la colección Robin Hood de tapas amarillas y la Billiken de tapas rojas. En vez de querer ser el galancito de las telenovelas infantiles de Cris Morena, de grande quería ser El Corsario Negro y robarme de esa goleta española la rubia de rulitos hija del Gobernador.

Cuando no leía, por las noches, escuchaba radio. Me ponía despacito, debajo de la almohada, esa portátil Hitachi. Esa costumbre de la infancia, que aún mantengo, me trajo varios dolores de cabeza con distintas novias.

En aquellos lejanos años, odiaba la cortina de “La vida y el canto” cuando, a las 12, empezaba a sonar. Era el reloj cu-cú de mi vieja, que a los diez segundos pegaba el grito: “vení a comerrrrr Abe, que tenés que ir a la escuela”. Desde temprano al patio de cemento llegaban los ecos de Rapidísimo.

Muchos años después, ya en esta ciudad, hice mis primeros palotes de producción en Radio Rivadavia y llegué a laburar con Larrea y desayunar en la esquina de Arenales con Carrizo. No ganaba ni dos mangos, pero tenía cierto orgullo de estar laburando ahí.

Después la vida me fue llevando, y yo me dejé llevar, un tanto lejos del periodismo. O quizás no tanto.

Hace un par de años nació Mendieta y se puso a ladrar acá. Hasta ahora aprendí muchas cosas, hice muchos amigos y le caí mal a mucha gente a la que me gusta caerle mal.

Esta noche, a las 21, por Radio América, vamos a debutar haciendo “aire” por primera vez en la vida. Y es bueno que ustedes sepan que tengo un cagazo enorme esperando el momento en que la luz se ponga roja.

Pero tengo dos motivaciones muy importantes para, a pesar del miedo, sobreponerme y darle para adelante: por un lado, soy un convencido que en los blogs hay muchísimas voces, opiniones e ideas que merecen ser amplificadas en un escenario mediático, lamentablemente, demasiado monocorde. Y está bueno tener la posibilidad de que, a través de La Bloguera, muchas de esas voces crezcan y se reproduzcan. La Bloguera es un experimento que tiene su razón de ser en este objetivo y trataremos de lograrlo junto a todos ustedes.

La otra motivación, quizás más romántica, más “mendietista”, es pensar que en algún pueblito perdido por ahí, esta noche haya un chico escuchando la radio debajo de la almohada y dentro de 30 años tenga algo, alguito, para decirnos.