06 febrero 2012

El ruido del vacío


Podría debatirse, y de hecho se hace, cuál es el “sentido verdadero” del kirchnerismo desde su llegada al gobierno. Hay quienes lo ven como un gobierno cuasi revolucionario (confundiéndose aquí ultraoficialistas y ultraopositores) y hay quienes lo ven como la continuidad maquillada de los gobiernos conservadores (confundiéndose en esta opción ultraopositores y funcionarios del Partido “Pasan los Gobiernos Quedamos Los Oficialistas”). En el medio de estos extremos hay, por supuesto, una infinita gama de grises, casi tantas como ciudadanos deseosos de opinar tenemos en la Argentina.

Ahora bien, en lo que hay una cuasi unanimidad –de izquierda a derecha, a favor o en contra- es en reconocer que el proceso iniciado en 2003 por Néstor Kirchner ha ido recuperando centralidad para la política y “reempoderando” a ésta y al Estado en relación a otros poderes fácticos. Para algunos este fortalecimiento de la política es positivo, para otros negativo, para otros insuficiente. Pero tanto para quienes “bancan” el proyecto (“la política conduce a la economía y no al revés”); como para quienes se oponen desde variantes liberales (“riesgo de hegemonía”, “autoritarismo”, “concentración de poder”, etc.) o para quienes critican desde los arrabales de la izquierda (“la máscara de un fortalecimiento que no es más que seguir alimentando a las grandes corporaciones”), hay cierto consenso en este punto: el kirchnerismo puso a la política y a la acumulación de poder como centro de su accionar.

¿Qué implica esto? Por lo pronto que en una sociedad moderna, y como tal con factores de poder numerosos, fragmentados y mutables, una parte del “poder” político se haya dado para sí la misión de “construir poder propio” más que de simplemente administrarlo en nombre de otros o bien de ser, en el colmo de la entrega, testaferro de otros poderes, no deja de resultar una novedad en la esfera pública reciente de la Argentina.

Ahora bien, pongamos un paréntesis alrededor de seguir analizando el propio kirchnerismo y centremos la mira en la oposición, o mejor dicho, en las oposiciones. 

Mientras estas últimas sigan siendo furgón de cola de la vanguardia opositora mediática, que como bien marca Mario el domingo pasado, continúa obcecada en combatir al oficialismo en toda su línea, haga la haga y diga lo que diga, no pareciera que puedan interpelar positivamente más que a fragmentos hiperfanatizados de la sociedad argentina. Y, como todos sabemos, los hiperfanatizados siempre constituyen ultra minorías en las sociedades pluralistas y democráticas.

Nunca está de más el recordar que la política, las oposiciones –y sus representantes- tienen la obligación de ofrecer(nos) no solamente alternativas a lo existente. También deben –por lo menos deben intentar- que las mismas sean superadoras y ofrezcan un horizonte de posibilidad y de concreción. Mientras la agenda opositora siga prisionera de la corporación massmediática (encerrada ella misma en un combate económico y de negocios con el oficialismo gubernamental), una parte importante de nuestros compatriotas –aquellos que tienen una mirada negativa del rumbo encarado por el kirchnerismo- seguirán huérfanos de representación política, lo cual no es bueno institucionalmente para nuestra, je, República.

En definitiva: tradicionalmente los medios fueron expresión de corrientes políticas e ideológicas en su afán de generar sentido y construir consensos en lo público. Cuando esa taba se da vuelta, cuando los “políticos” pasan a ser meras extensiones y reproductores de una línea que surge de los medios, el ruido del vacío es ensordecedor.

Mientras algunos crean medios, otros crean dirigentes, frentes o partidos. Este es un indicio para saber por dónde pasan hoy las fortlezas y debilidades de cada quién y cada cuál. 

Otra cosa: no lloremos, los que defendemos la política, si ese vacío después lo llenan otros. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El Kirchenrismo es el gobierno de los que tratan de hacer lo correcto. Desde mi punto de vista, hacer lo correcto es maximizar la felicidad del las personas que componen el país. Como no existe un "felizómetro", la medición de la misma pasa simplemente por contar las personas que son felices o al menos, las que ya no son tan infelices. Así es como funciona este gobierno. Ni vino a romper todo ni a cambiar de mano el garrote. Un oligarca triste por diez pobres felices es negocio. La suma neta de la felicidad aumenta.

OrejaPerdida dijo...

Totalente de acuerdo. No soy simpatizante de las formas de este gobierno, pero algunas de las polit5icas que fueron primero que lo economico aplaudo y solo espero que continuen o sean superado por el que viene de aui en más. Pero como vos decis, quien es alternativa y oposición. Hoy por hoy, como votante independiente, me siento huerfano y muy triste porque si la agenda opositora lo maneja los medios, o como lo empezó a ser Lanata ahora, estamos al horno como democracia. A Jorge lo podemos escuchar, estar de acuerdo o no, pero no lo podemos votar porque es periodista y no politico de la opocisión. Y la democracia necesita, periodistas pro y contra, y politicos pro y contra.... esta ultima pata falta...

Anónimo dijo...

Mendieta, soy @janfitwitero. En la construcción de poder que vos señalás, se desató una batalla con los medios (¿importa quién empezó?) y desde el punto de vista de tu post desaparecieron los medios como posibilidad de exposición crítica y construcción de alternativas. Lo agonal del proceso implica que ya no sos objetivo, simplemente te defendés del ataque para no desaparecer. Esto vale para ambos contendientes. Lo que digo es que pienso que el efecto que señalás a los medios es causado por lo agonal de la política oficial. Sea adrede o no, el origen está en la batalla y en la estupidez de ambas partes de haber incrementado las escaramuzas. Esto está destruyendo la -ja- república.