Demagogia

 

Cosquín, Enero de 2011.

Salen de la Plaza, se sientan a la mesa y esperan al mozo. Ella es muy joven o a mí me parece eso. Lo primero que pienso es “no puede tener una hija tan grande”. La hija tan grande debe tener ocho años y lleva un vestido de florcitas con volados. Quiere una coca. El padre le dice que sí, pero una sola. Así que le pide una y también pide asado, vacío, ensalada, un vino tinto “de la casa” y soda. También le pide al mozo si le pueden calentar la mamadera con leche para la bebé. Cuando se va, llega el último pedido: papafritas, crocantes, dice la suegra.

El sweater. A mí me llama la atención el sweater verde de la señora. Tiene unos trabajitos en el cuello que no sé como se llaman. Son esos sweaters que usaba mi mamá hace como 20 años.

El hombre está contento y por eso no sonríe. Pero le da la mamadera a la chiquita y le acaricia el pelo mientras tanto. La mayor, la del vestidito con flores pregunta a su mamá, la chica morocha de rulos que para mí es demasiado joven para ser madre, si van a volver a entrar, que en un rato canta Raly y a ella le gusta. La mamá le dice que si, que claro, que vinieron a eso, que el papá trabajó mucho todo el año para venir de vacaciones todos juntos a disfrutar cuatro días y que se siente derecho en la mesa.

Miro en silencio desde atrás y pienso en esa especie de amor que siento por un pueblo trabajador y digno. Yo los quiero abrazar. A la nena, a la suegra, a la mamá, al muchacho. Darles un abrazo y las gracias, quiero.

Me sirvo otro vaso y pienso que ridículo sería y también pienso que no puedo evitar ser un demagogo. Y me río de mi mismo en soledad.