06 diciembre 2010

Azul en el sol



Hay, con los meses y los años, una inquietante continuidad. Sin tener claro el comienzo -¿alguien sabe, positivamente, cuándo son los comienzos de las cosas?- hay un camino que llega desde ahí hasta acá.

Un buen comienzo podría ser el ventiluz del garage, justo arriba de mi cama de verano. La excusa era poner la casa en alquiler, como media totalidad de los que viven en pueblos playeros, pero la historia verdadera era que nos ibamos de vacaciones al garage y de campamento al fondo. No tiene mucho que ver, pero los mejores baños de mi vida fueron aquellos en que, con la manguera, me sacaba la sal del mar en pleno patio. 
Bueno, ese ventiluz, justo arriba del catre que era mi cama en verano, tenía un vidrio inmaculadamente azul. Ahora, hoy, en este momento, cierro los ojos, miro para arriba y veo, apenas despertar, veo, que entra una luz azul fuerte e intensa y el día es hermoso.

Siempre eran soleados y los cielos azules celestes los días del ventiluz, ese vitreaux monótono.

Hubo un después en que la casa se reformó, el garage desapareció y con él el vidrio azul. De todo eso queda un pino que plantamos en la vereda y estuvo años resistiéndose a crecer. Como si fuera un libro. Aunque ahora que la casa ya no está y el vidrio sigue sin aparecer, cada vez que voy le robo un rato de su enorme sombra.

Es por ese principio -¿cuáles son los principios cuando no sabemos los finales?- que me han visto tantas veces poner una pupila atrás de cada botella azul que pasa por mis manos. Es fácil: estoy buscando un vidrio azul que se escondió en el sol.

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