Escribir. Escribir hasta desangrarse, hasta el final. Escribir hasta el ángulo complementario desde la horizontalidad total. Desde la caída. Escribir en el piso, morder los adoquines y usarlos para borrar los cruces peatonales. Escribir sin motivos, sin gacetillas, sin discursos. Escribir una y otra vez sobre lo mismo, que es lo único que se puede escribir honestamente: lo que se conoce. Escribir el exilio, la partida, la nostalgia. Esquivar, al escribir, la mancha de petróleo y tararear esa canción que habla de eso. Fracasar, y escribir de la melancolía.
Escribir. Escribir el miedo.
Hacer. Hacer la cama que está revuelta desde hace un par de años. Hacer dieta. Tirar las pastillas por el inodoro, los resultados de los análisis hechos avioncitos de papel por el balcón y los planes por el hueco del ascensor. Quemar los archivos, las pesadillas, las fotos viejas. Hoy es viernes, prendan fuego todo. (Nota mental: no olvidar de deletear las que están el rígido).
Hacer. Hacer las paces.
Contar. Contar que no puedo tomar alcohol y que sigo sin fumar. Contar que a veces la gente se muere boqueando, como los peces cuando los sacás del medio mundo y los dejás en el balde del muelle de La Lucila. Esa vez pensé eso: dios (así, con minúscula, entiendan que estaba enojado) salió a pescar gente con el mediomundo. También escribí un post, esa vez. Relojear la muerte con alivio y con culpa. Contar que odiar la enfermedad es estar enfermo.
Contar. Contar que a veces pienso mucho en la locura.
Volver. Volver, una vez más, por las vías que te dejan en la estación de Dolores. Ahí siempre es madrugada y huele a pasto y a bosta y a salud. Salud. Saludar a las señoras que riegan los rosales atrás de las rejas y a los maridos que les llevan un amargo antes de subirse a la motito para ir a trabajar. Hacer -con el bolso al hombro, caminando- el camino hasta la 63.
Volver. Volver a dedo y tener metas ambiciosas: llegar a Lezama, a Lavalle. Y volver a comer tortitas negras.
Tener. Tener sueños pretenciosos. Irrealizables. Doblar en Conesa y oler el aire salado del mar. (Hagan la prueba: cuando estén llegando a Conesa bajen todas las ventanillas, pongan el guiño a la izquierda, hagan la rotonda y respiren hondo). Llegar a la rotonda de San Clemente y prometerse que la próxima vez que pases por ahí, cuando vuelvas, no vas a empañar los vidrios.
Tener. Tener olas, pinos, médanos, paredones para pintar, veredas que dan al sol, tamariscos. Tener frío y dos horizontes. Y un pasaje de ida para acá.
Soñar. Soñar con vivir otra vida mientras vivís dos décadas. Imaginar la película más neurótica del mundo y hacer el casting para protagonizarla. Rebelarse. Enfermarse. Curarse. Enamorarse. Buscar una casa azul, un jardín. Soñar con la huerta en el fondo. Salir a la vereda, ver pasar a un pibe con un bolso en la espalda, darle un mate a ella que está regando los rosales. Subirme a la motito, ir a trabajar. Y después al club a tomar un fernét, jugar al chinchón, rosquear la lista.
Soñar que se puede soñar.
Saber. Saber, porque lo estudiaste en el Manual del Alumno Bonaerense, que la provincia entera tiene una pendiente hacia el sudeste. Y que el régimen de aguas nace en Las Encadenadas y más o menos va siguiendo el camino del Salado hasta desembocar en Samborombom. Y también sabemos, todos sabemos, que ahí nomás, después de los cangrejales y de la ría y de los desaparecidos, empieza el mar.
Saber. Saber que cada vez que lloro acá mis lágrimas vuelven, despacito, a donde me llené de sal.
Cantar. Cantar y vivir por todo esto.
7 comentarios:
Poner al día, vaya expresión. Hacer. Hacer algo, hacer el bien, hacer pis, hacer tiempo, la acción en todas sus barajas. Pero detrás de toda acción había una protesta, porque todo hacer significaba salir de para llegar a, o mover algo para que estuviera aquí y no allí, o entrar en esa casa en vez de no entrar o entrar en la de al lado, es decir que en todo acto había la admisión de una carencia, de algo no hecho todavía y que era posible hacer, la protesta tácita frente a la continua evidencia de la falta, de la merma, de la parvedad del presente. Creer que la acción podía colmar, o que la suma de las acciones podía realmente equivaler a una vida digna de este nombre, era una ilusión de moralista. Valía más renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara. Oliveira encendió otro cigarrillo, y su mínimo hacer lo obligó a sonreírse irónicamente y a tomarse el pelo en el acto mismo.
Dice J.C en el capítulo tres de Rayuela.
No entiendo demasiado, así que me limito a dejarle un abrazo, Mendieta. Y a agradecerle por hacerme pensar en las tortitas negras.
Acá hago un alto y lloro...
Antes estos posteos me decian que hago ?? caramba alguien necesita un hombro...
Ahora solo veo que a todos nos pasa lo mismo... una y otra vez...
somos bichos de costumbre, perros de costumbres (pero costumbres encillas carajo...) `sencillas´, que soñamos y lloramos y solo nos resta seguir... porque jamas nos resistiremos que este es el techo... que hasta acá llegamos... aunque el pozo se vea muy hondo...
Me llegó muy al alma esta lectura.
un gusto leerete, siempre.
Took me time to read the whole article, the article is great but the comments bring more brainstorm ideas, thanks.
- Johnson
No sé bien como definirlo, pero tu texto me ha llegado hondo. Muy. Gracias.
Adrián.
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