Hace unos años había inventado un personaje que era el protagonista de los cuentos que le contaba a la Cachorra antes de dormirse.
Cada noche había una historia nueva sin ninguna pretensión de originalidad. Se llamaba Julio Agosto y era un marinero que, ya de viejo, retirado, vivía en una casa frente al mar, en el mismo pueblo que me veía crecer. Julio Agosto tenía todos los lugares comunes propios de los marineros: barba tupida y gris, gorro de lana, una campera impermeable amarilla y voz aguardentosa. Todos los cuentos, los que Cachorra escuchaba en la oscuridad del cuarto, eran un burdo plagio de la Colección Robin Hood, la de tapas amarillas. Julio Agosto había sido asaltado por el Corsario Negro en el Caribe y se había unido a ellos, había pescado en alta mar en un camaronero, había naufragado en la misma isla de Robinson Crusoe, había navegado por las costas de la India con la tripulación de Sandokán.
Cuando se me acabaron los libros de dónde robar empecé a inventar historias con sabor local: Julio Agosto era el capitán de un barquito amarillo del puerto de Mar del Plata que tenía como mascota un lobo marino, dueño de una chalupa que salía de la Tapera de López en San Clemente contratado por Mundo Marino y socio con otro viejo marinero en un gomón que cada mañana de verano se internaba al océano saliendo de la playa de La Lucila para buscar corvinas rubias para vender a los turistas.
Lo mejor de Julio Agosto era su casa. Estaba pegada a un médano muy alto, en dónde con Angel y Pinino y el Gordo Gómez y Marcelo y tantos otros, teníamos nuestra cueva de tres ambientes entre los tamarindos. También desde ese mismo médano yo veía el fondo de la casa de Paula y soñaba con sus besos y sus rulos rubios. La casa de Julio Agosto era sencilla, común. Pero tenía un enorme jardín florido, aún en pleno invierno. Julio decía que había soñado con un jardín así en cada madrugada en altamar y ahora se había dado el gusto. Esto lo sabíamos porque nos contaba sus historias mientras regaba las flores con una regadera verde de plástico. Incluso, muy de vez en cuando, nos dejaba cortar algunas rosas para llevar a casa.
Así como una noche había empezado la saga del marinero Julio Agosto, otra noche dejé de hacerlo y me fui olvidando de él.
Pero esta tarde, después de meses, dormí una siesta larga y profunda y allí me encontré con Julio Agosto, en esa casa al lado del médano, en medio de un jardín florido. Yo en sueños pensaba: “no puede ser, si esto lo inventé para contarle a Cachorra”. Pero Julio Agosto venía, me abrazaba fuerte con sus manos callosas y su barba gris y me decía, con voz aguardentosa: gracias por todo, ahora te toca navegar a vos.
2 comentarios:
Y sí, habrá que remarla, pero con la experiencia de Julio Agosto, como amigo, no parece tan difícil ...
Cariños de alguien que lo lee siempre: Graciela
Sus pluma narrativa se va perfeccionando Mendieta. Muy lindo.
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