29 octubre 2008

Diálogos así de…

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.

Canción de la Margarita. John Keats


- ¿Y entonces? Me vas a dar una definición o no?
- ¿Definición de qué?
- De por qué escribís…
- Ya te lo dije.
- Decilo de vuelta, no entendí.
- Ah, yo tampoco. Escribo porque… depende. Ahora estoy en una etapa en que escribo porque me gusta y porque necesito que me guste. También tuve etapas en que escribía para morfar. Otras en que escribía para vomitar lo que había morfado. Y también tuve años negros en que no escribía porque sentía que cuando escribía me iba a volver loco.
- Esa parte no entendí.
- Ah, esa sí ya la entendí. A algunos les pasa. Hoy una artista me dijo algo así: “Te ponés a pintar un cuadro y a la mitad lo dejás porque sentís que la angustia es mucha”. Bueno, yo me ponía a escribir y me iba por ahí, era una letra borroneada en el cuaderno y la goma venía y venía amenazante. Hay veces en que para poder escribir hay que hacer un descentramiento del yo. ¿Disociarse, no? Ser un frecuentador de bares y madrugadas, una puta de La Boca, un legislador del PRO, un suicida en el puerto un domingo de lluvia. Cosas así. Es irse lejos de uno, pero nada más que para poder ver de cerca lo que hay en lo más profundo de vos mismo. Por eso todo lo que se escribe es autobiográfico, sobre todo cuando mentís. Bueno, me lo tomaba en serio lo del descentramiento y estaba a punto de tomarme el 103 hasta la Aduana.
- Sigo sin entender…
- Es que lo profundo, salvo el amor, casi siempre es oscuro. Y digo salvo el amor porque el amor es siempre presente o no es. Así que el pasado y el futuro, sobre todo el futuro sin amor, que –insisto- siempre es presente, ahora, ya, es cerquita de la oscuridad. Bajar al pozo, como hace el protagonista de Crónica del pájaro que le da cuerda al mundo, puede ser un viaje sin retorno.
- ¿De qué hablás?
- De que me daba pánico. De que a veces soy un cagón. Y escribir era lo que más me conectaba conmigo mismo, así que digamos que me tenía miedo.
- ¿Y cómo se te fue?
- No sé si se me fue. Digamos que ahora, sólo por ahora, se me va de a ratitos. Y también digamos que todos tenemos la dicha y la condena de poder cambiar. Aunque cambiar no es la palabra. Porque yo creo que las cosas importantes no las cambiás nunca.
- Habría que inventar una palabra para decir eso, esas modificaciones sutiles de uno mismo.
- Esa palabra existe y se llama tiempo.
- ¿Cómo tiempo?
- Te pongo un ejemplo. Hace muchos años llegaba a la ciudad a estudiar. Me perdía en la esquina del obelisco y no conocía a nadie. Bueno, cada mañana, mientras me afeitaba, me miraba al espejo y me decía, para darme algo de coraje: “hoy a esta ciudad me la llevo puesta”. Y así salía a la calle, fatuamente desfachatado. La verdad es que tenía mucho miedo.
- ¿Y?
- Y que después eso se fue yendo, me dejé de afeitar por unos años.
- ¿Y?
- Que ahora me volví a afeitar por las mañanas. Pero estoy más viejo y un poco menos soberbio. Ahora salgo cada mañana y lo que le digo al espejo es un tibio “hoy espero que esta ciudad me regale un par de besos. O mejor tres de ella”.
- Sos un romántico y un sentimental.
- No te permito que me catalogues, si apenas me conocés. Me calenté. Y con vos no hablo más. Aparte no existís.
- Vos sí Mendieta, aunque te escondas atrás de un perro.

4 comentarios:

Gaviot dijo...

Poesía, pura poesía. Gracias.

Anónimo dijo...

Se me ocurre una: CRECER...
Siga creciendo Mendieta, rompa el collar de ahorque y vaya a corretear por las calles, hurgue en los tachos de basura, husmee algún culo, ensucie canteros, ladre un tango, mee un árbol, juegue con la cachorra y escriba un libro!
Amén
jj

Ana C. dijo...

¡Que lo parió!

¡Cómo escribe usted, Mendieta!

Juan Manuel dijo...

De abajo hacia arriba y de adentro hacia afuera, es la única manera de producir cambios que perduran, en todos los planos.
Saludos amigo y gracias por este post!