26 septiembre 2008

La vamos a seguir. Siempre.



Ustedes saben que me gustan las rutas, los caminos y los pueblos de nuestro país. Quizás me gusten tanto porque empecé a recorrerlas haciendo una de las cosas que más me gustan hacer: política. También puede ser que haya empezado a hacer política –en algún momento- para salir a recorrer rutas, caminos y pueblos.

De todos los lugares conocidos en estos largos años de militancia, tengo una conexión especial con Misiones. Cuando llegué a Posadas por primera vez -creo que en 1996 o 97- nada me unía a esa provincia. Ni amigos, ni conocidos, ni familiares, ni nada. Desde aquella vez, estuve allí, llenándome las patas de tierra colorada, unas 10 veces. Recorriendo a veces desde Posadas al norte por el Paraná. A veces –no le cuenten a muchos, que es la parte más linda y menos conocida- remontando pueblitos y ciudades por la costa del Uruguay. A veces simplemente viendo las chicas más lindas de la Argentina caminar por las veredas floridas de Posadas.

De todos estos viajes, hay uno que recuerdo especialmente: corrían tiempos de desgaste menemista y los frentegrandistas todavía teníamos una mística que pronto iba a desaparecer con la llegada de la alianza. Estábamos armando en todo el país y nos la creíamos de verdad. Llegué de noche tarde al aeropuerto y los compañeros me esperaban con una ford blanca toda destartalada. Tiré el bolsito atrás, adonde fueron a sentarse otros dos compañeros, y a mí –el que viene de Buenos Aires- me cedieron el privilegio de ir adelante. Derechito nos fuimos para el interior, rumbo al norte, pasando por Oberá. Nos tocaba Campo Grande y San Pedro el primer día, subiendo por ruta 14, y volvíamos por la 12 pasando por Montecarlo y Jardín América. Claro que en el medio de ciudad y ciudad, parábamos en casi todos los pueblos. Y en todos los pueblos alguien venía y saludaba con afecto reverencial a mi chofer, el Gringo.

Tardé varias horas en empezar a entenderlo al Gringo. Hablaba tan rápido y tan cerrado que, recién cuando el sol empezaba a asomar por el este y estábamos en medio de un camino vecinal, logré adaptar mi oído a su cadencia, mezcla de ucraniano, guaraní y español.

El problema fue que, cuando empecé a entenderlo, no pude parar de escucharlo. Y me habló del Movimiento Agrario Misionero, y me habló de las Ligas Campesinas, y me habló de cómo los molinos explotan a los tareferos desde siempre, y me habló de cómo también explotan a los chiquilines en la zafra de tabaco, y me habló de su hermano, y me habló, sobre todo me habló, del inmenso amor que sentía por sus paisanos pobres. Creo que ahí empecé a querer a Misiones y su pueblo.

Todo eso me lo enseño, una vez, hace tiempo, el Gringo Enrique Peczak, uno de los tantos maestros de mi formación política.

Ayer se murió el Gringo. Y escribo esta sencilla anécdota en su homenaje.

Gracias por todo compañero. La vamos a seguir. Siempre.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen texto compañero...
Por lejos la nostalgia es uno de nuestros mejores estados (sobre todo cuando el futuro pinta fulero)
Que época por favor! (y pensar que nos quejábamos)

abrazo

jcn

Tomás dijo...

Cada vez me gustan más estos escritos.

La política se vuelve parte de lo cotidiano, eso me gusta.

saludos Mendieta

Charlie Boyle dijo...

Cada vez que lo leo me doy cuenta cada vez más que me tengo que someter a un proceso de mendietización. Pero recién estoy haciendo las valijas y Ud anda por Misiones.
El título del post me hizo acordar a la consignao-grito hacker: "Siempre seguiermos haciendo esto"

Vincent Vega dijo...

Saber que existen muchos Gringos en cada rincón de la Patria nos da fuerzas para seguir. De este lado somos unos cuantos, como dijo Jaime Roos

Dos dijo...

La gente piola se muere antes.
Estamos jodidos

misterzeta dijo...

Este ladrido me pegó fuerte, hasta la emoción, escuchando tangos y tomando un tinto.
Vamos con todos los gringos que podemos.

Un abrazo,


Ale z.