Una canción para Lucas
Basta con que cierre los ojos un instante, un breve instante, para volver ahí. Ahí es invierno, en esas horas de la tardecita en que no se le dice noche por pura convención. Ahí hay, como toda calefacción, un hogar a leña quemando tala y algún que otro clavel del aire remiso a desprenderse. La estufa a kerosene quemaba mal y sólo se prendía mientras estábamos en la escuela, pero era una operación totalmente inútil: después había que abrir todas las puertas para que la corriente se llevara el tufo y volviera a entrar el frío.
También hay, ahí en el hogar prendido, un jarrito -cachado en su enlozado azul- con agua y frutos de eucaliptus. El aroma a eucaliptus es el perfume de la casa y el alcanfor colgando de una bolsita del cuello el olor de mi ropa. En esas épocas también me costaba respirar.
Ahí, en ese lugar, en ese tiempo, las ventanas están más que empañadas. La humedad en los vidrios es tal que lloran gotitas mansas hasta que, despacito, en silencio, se apoyan en el marco de madera. Con los años y la persistencia de los inviernos esa madera, todas las maderas, terminaron por pudrirse.
A través de esos vidrios empañados miraba para la calle. Los pinos de las veredas eran sombras errantes al compás de la sudestada y el farol de la calle, esos de antes, los que colgaban balanceándose del alambre, perdía irremediablemente su combate contra la niebla.
Porque ahí, en ese lugar, en esos inviernos, siempre había granos de arena volando directo a tus ojos y mucha niebla. Las dos cosas me hacían llorar cosas distintas. La niebla, la neblina, la bruma: las diferentes y sutiles máscaras de mi enemiga de siempre.
Basta con que corra la mirada del monitor un instante, ahora, para ver en la ventana de este departamento porteño los vidrios empañados. Y también adivino la niebla que va subiendo. Sólo faltan el farol colgando, el ruido de las olas golpeando contra la orilla y los granos de arena metiéndose en mis ojos. Y treinta años.
Hace mil noches alguien que ya no conocía me dijo: nunca supiste ser feliz, la vida es sencilla y a vos te gusta complicar todas las cosas.
Quizás tenga razón esa desconocida que tanto me conoce, pero es tan difícil ver claro cuando hay niebla nublando mis ojos desde hace tantos años. Mejor dejo de escribir, abro la ventana, respiro hondo y tomo el vino. Está saliendo la luna -brillando como siempre- y le quiero dar un abrazo.
Basta con que cierre los ojos un instante, un breve instante, para volver ahí. Ahí es invierno, en esas horas de la tardecita en que no se le dice noche por pura convención. Ahí hay, como toda calefacción, un hogar a leña quemando tala y algún que otro clavel del aire remiso a desprenderse. La estufa a kerosene quemaba mal y sólo se prendía mientras estábamos en la escuela, pero era una operación totalmente inútil: después había que abrir todas las puertas para que la corriente se llevara el tufo y volviera a entrar el frío.
También hay, ahí en el hogar prendido, un jarrito -cachado en su enlozado azul- con agua y frutos de eucaliptus. El aroma a eucaliptus es el perfume de la casa y el alcanfor colgando de una bolsita del cuello el olor de mi ropa. En esas épocas también me costaba respirar.
Ahí, en ese lugar, en ese tiempo, las ventanas están más que empañadas. La humedad en los vidrios es tal que lloran gotitas mansas hasta que, despacito, en silencio, se apoyan en el marco de madera. Con los años y la persistencia de los inviernos esa madera, todas las maderas, terminaron por pudrirse.
A través de esos vidrios empañados miraba para la calle. Los pinos de las veredas eran sombras errantes al compás de la sudestada y el farol de la calle, esos de antes, los que colgaban balanceándose del alambre, perdía irremediablemente su combate contra la niebla.
Porque ahí, en ese lugar, en esos inviernos, siempre había granos de arena volando directo a tus ojos y mucha niebla. Las dos cosas me hacían llorar cosas distintas. La niebla, la neblina, la bruma: las diferentes y sutiles máscaras de mi enemiga de siempre.
Basta con que corra la mirada del monitor un instante, ahora, para ver en la ventana de este departamento porteño los vidrios empañados. Y también adivino la niebla que va subiendo. Sólo faltan el farol colgando, el ruido de las olas golpeando contra la orilla y los granos de arena metiéndose en mis ojos. Y treinta años.
Hace mil noches alguien que ya no conocía me dijo: nunca supiste ser feliz, la vida es sencilla y a vos te gusta complicar todas las cosas.
Quizás tenga razón esa desconocida que tanto me conoce, pero es tan difícil ver claro cuando hay niebla nublando mis ojos desde hace tantos años. Mejor dejo de escribir, abro la ventana, respiro hondo y tomo el vino. Está saliendo la luna -brillando como siempre- y le quiero dar un abrazo.
8 comentarios:
Muy buen relato.
No se por qué, me hizo recordar la prosa de Haroldo C.
:)
Aguante Mendieta
Desde La Pampa le digo
que sólo tiene sentido
los caminos con corazón
y no con razón.
Mire con sólo dos letras
cambia todo
Un abrazo de su amigo Manolito
Es que la que nos abraza siempre es la luna. Nosotros hacemos lo que podemos. Ejemplo, esto: Un abrazo, Mendieta.
¿Vos sabés que, antes de leer el comentario de Marcelo, a mí también me hacía acordar a Haroldo Conti?
Y me hizo emocionar. Esa es la canción que quería escrbir. Un abrazo, Mendieta.
Mierda, que esta triste.
Un fuerte abrazo y que pase pronto.
Quizás hace bien un poco de catarsis personal, aunque no sea la finalidad de este espacio… Suerte! Nos son momentos fáciles.
A mí me pasa
lo mismo que a usted,
me siento sola
lo mismo que usted;
paso la noche llorando,
paso la noche esperando,
lo mismo que usted.
A mí me pasa lo mismo que a usted,
nadie me espera
lo mismo que a usted;
por qué se sigue negando el amor
que voy buscando
lo mismo que usted.
Cuando llego a mi casa
y abro la puerta
me espera el silencio,
silencio de besos,
silencio de todo,
me siento tan sola
lo mismo que usted.
Estaba leyendo los comentarios... y yo sé bastante... no te parece sospechoso lo que te dice alguien particular? me parece que estamos ante la necesidad de hablar personalmente de algo que te está pasando, yo sé más de lo que vos creés. y te puedo ayudar... sé que esa persona llora por las noches... y vos también, no te interesa saber quién quién es esa mujer que tiene el mismo dolor que vos? que se siente sola, lo mismo que vos... eso sí, no puedo hacerlo publico, si querés.... puedo contarte de qué se trata. dame una oportunidad... yo sí creo en la honestidad.
Susana: no me parece sospechoso nada. Voy aceptando de a poco que me pasen cosas raras. Pero como diría Dolina cada vez que alguna oyente le propone ser su novia: acepto.
Así que si ud. sabe cosas, acá estoy.
PD: que me entró mucha curiosidad, caramba.
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