En la Plaza: “Si el pueblo está, sería Garzulista”

Hace muchos años, décadas ya casi, en pleno debate interno ante la emergencia de un señor llamado Carlos Saúl en el peronismo, me trencé con un querido compañero que objetaba mi creciente distancia con “el partido”. Algunos meses después, un día de diciembre, ese señor –que ya no era un emergente sino el Presidente de la Nación- firmaba el decreto de los indultos a los comandantes en jefe del proceso. Ese mismo día yo también firmaba algo: mi desafiliación al PJ.

Como se imaginarán, el debate con mi amigo cada vez se ponía más ríspido. Me corría con el peronómetro digamos. Aquella vez recuerdo haberle dicho algo así: “yo no soy peronista por el Partido ni sólo por Perón. Quizás soy más peronista por Evita que por el General, pero sobre todo soy peronista por el pueblo peronista. O sea: si en vez de Perón, el conductor de ese movimiento popular que nacía en los 45 se hubiera llamado Garzulo, me hubiera hecho garzulista. Porque pueden cambiar los líderes, pero lo que no cambia es el pueblo”.

¿A qué viene esto? A que ayer estuvimos en la Plaza con algunos compañeros de Artepolitica y de otros blogs amigos (que lindo conocerlos, che!). Y volví a sentir algo parecido a eso que le decía en 1990 a mi amigo.

El discurso de nuestra Presidenta no me gustó para nada. En cuanto a los contenidos, repitió conceptos que ya había expresado en numerosas ocasiones. Nada nuevo, bah. Y en cuanto a la retórica, digamos que: habla demasiado de ella. Y yo quiero que ella hable de nosotros. Pone una distancia intelectual cuando emite. Trataré de ejemplificar: cuando ella dice “estamos por la mesa de los argentinos”, a mi me gustaría que dijese “sabemos lo que les cuesta a todos ustedes llevar el pan a sus casas. Esto lo hacemos para que a sus chicos no les falta la leche ni la carne”. Es burdo el ejemplo, pero creo que se entiende.

Otra cosa: se nota que Cristina es una gran oradora en la arena parlamentaria (esa es su gimnasia en definitiva) y también recuerdo que era buena en la TV. Pero en los actos multitudinarios -como el de ayer- no parece sentirse del todo a gusto. No hay matices en la enunciación: está siempre “arriba”. No hay, tomá mate, “relato” en tanto pieza oratoria. Un buen discurso es como un buen cuento o una buena canción: tiene un comienzo casi de ocasión (los saludos, los agradecimientos), comienza a desarrollarse la trama, de vez en cuando alguna frase para “levantar al auditorio” (el estribillo que coreamos en las canciones), llega a un clímax en dónde está la “pepita de oro” del discurso (lo que luego será “la línea” para la militancia) y un final a toda orquesta: un final en dónde uno debe emocionarse por lo que acaba de escuchar (acá es en dónde el que escucha “siente” que te están hablando a vos, sí, a vos, en medio de 300 mil personas). Un discurso con esta estructura -sea de retenciones, de democracia, del campo, de la industria o de la nanotecnología aplicada- es lo que se dice “un discurso redondo”.

Dicho todo esto, pasemos a lo que me gustó. Me gustó ser parte de un colectivo que tiene la dosis de mezcladito en el cual me siento cómodo y es mi deseo de “sujeto político”: muchos sectores humildes (los movimientos sociales) siempre prolijos, ordenados, respetuosos, con muchas mujeres con sus chicos a cuestas y muchísimos pibes contenidos socialmente por fuera de la marginalidad (¿cuándo se reconocerá la lucha contra el delito que encarnan los piqueteros, eh?). Los sindicatos (en dónde aspiro a ver marchar algún día a los piqueteros, ¡que es el trabajo, estúpido!). Mucha clase media suelta, contenta de estar ahí. Repito: mucha clase media. Otra vez: mucha. Preocupados por la situación y felices de compartir la Plaza con otros sectores sociales.

Mucho mezcladito en donde todos somos distintos e iguales y eso es un motivo de orgullo.

Y eso bien vale una ida a la Plaza. Y una esperanza.