Cuando ya iba dejando de ser chico, allá en mi pueblo, si algo había aprendido a envidiar de otros pueblos y ciudades bonaerenses, eran los clubes. Sí, los clubes. Mi pueblo nunca tuvo un buen club. Estaba el Social Deportivo y la Asociación de Fomento pero…
El Social tenía, como todo patrimonio, una cancha de 11 que era un verdadero potrero. En los pozos podías encontrar petróleo, marcaban las líneas una vez cada cuatro meses, las redes de los arcos las ponía el canchero sólo cuando jugaba la primera y los vestuarios (una licencia del lenguaje llamarlos así) eran un desastre. Las chapas del techo, como resabio de oportunos piedrazos lanzados por ocasionales perdedores visitantes, tenían más agujeros que un colador. No había agua caliente ni por asomo y las paredes, hechas de sencillos bloques sin revoque, eran tan viejas que el sol se filtraba por las hendijas produciendo un efecto lisérgico al mezclarse con el olor a pis. Para colmo de males, ahí jugaban y entrenaban “los grandes”, que competían en la Liga de La Costa. Así que, muy de vez en cuando, a la hora de la siesta, podíamos jugar a la pelota ahí, en el lugar en donde supe estrenar unos Fulvencito negros con rayas blancas y tapones cuadrados que me había mandado mi abuelo de regalo.
La Asociación de Fomento era algo diferente. Había Sede Social, al lado del CineTeatro y la Biblioteca, esa a la que, todavía, tengo que ir a devolver un libro de Salgari. También había una calesita que funcionaba en verano y, atrás de todo esto, una cancha de papi fútbol, con un piso de cemento alisado tan a la bartola que te tenían que quebrar una pata para que te animaras a tirarte al suelo. Ahí se hacían, los fines de semana, los campeonatos de infantiles. Ahí jugué por primera vez en forma “oficial”, con camiseta y todo.
Recuerdos. Ir a la cancha del Social, en las noches de primavera, para ver como jugaban los campeonatos “intercomercios”. Porque a pesar de que había cuatro focos locos le habían encontrado la vuelta al tema de la iluminación. Era sencillo: ya que no había tribunas, como resultará obvio a esta altura, se “entraba” con auto y todo, así que los que iban llegando dejaban las luces de los Falcon, los 404 y las F100 prendidas.
En la cancha de la Asociación tuve mis primeros delirios de grandeza. Nunca supe muy bien por qué, ya que jugaba de delantero, pero mi fantasía infantil no tenía que ver con hacer goles. Era así: un día nuestro arquero se iba a lesionar, yo iba a entrar en su reemplazo porque no teníamos más cambios y sacaba, en el último minuto, una pelota que iba al ángulo. Para que el sueño funcionara era imprescindible que al costado de la cancha, mirando mi acto heroico y salvador, estuviera esa morocha de trenzas que me volvía loco y, sí, me hacía soñar despierto. Terminaba el partido, todos me abrazaban y yo me volvía valiente para invitarla a tomar un helado.
La otra canchita de fútbol estaba atrás de la iglesia. El cura del pueblo era un croata duro y tosco que nunca aprendió a hablar bien castellano. Pero tuvo una idea proselitista genial: hacer una canchita para los que iban a catecismo. Así que era un negocio bastante redondo para nosotros, una hora de catecismo semanal y 20 horas en la canchita. Nunca creí tanto en dios como en aquellos días.
Como les decía, había esto. Pero clubes, clubes, así, de verdad, nunca hubo. Vaya a saber por qué. Quizás a que, como en todo pueblo turístico, sin historia profunda ni tradiciones, la mayoría de sus habitantes se sentía más bien de paso. Quizás a la falta de una dirigencia comunitaria inteligente, quizás a que en el pueblo de al lado había un club grande y nosotros éramos más bien un barrio satélite. Quizás a una mezcla de todo esto.
Ya hace más de veinte años que me fui de ahí, mi patria, y no creo que algún día vuelva para quedarme. Pero si llegara a volver, fija, prometo, garanto, fundo un club.
11 comentarios:
¿y si volvés como intendente?
Desde ahí siempre es más fácil fundar un club, digo.
Un abrazo.
No le digo que es un cuento del Negro (¿cómo qué Negro?, EL Negro) pero se le acerca bastante, Mendieta. Casi se me pianta un lagrimón.
Si necesita ayuda con el escudo del clú, que es en lo único que podria ayudarle, cuente conmigo.
Fundar el club sería la deuda con él que te ha dado tanto (?). Al menos era turístico, veías gente de todo tipo y color; el problema, justamente, son los pueblos con "tradiciones" arraigadas. ¡Qué peste si uno no tiene ganas de respetarlas! Besos.
Qué lindo. Yo también tenía esa fantasía de hacer una proeza para impresionar a un amor imposible.
Yo también provengo de un pueblito chico pero ojo, con dos clubes: Atlético Argentino y Unión Deportiva.
También jugué mucho en la canchita del "Baby Futbol" que estaba atrás de la Iglesia.
Los pueblos chicos tienen muchas cosas en común y es como que te dejan marcas que nunca más se borran ¡Por suerte!
Ud. me va a disculpar, pero ese curita croata no hizo más que afanarle la idea al querido padre Lorenzo Massa.
Lo dejo ahí, no me gusta hacer leña del árbol caído :P.
Un abrazo.
Aguante el Mendieta's CluS!
Estimado Mendieta ,como en "Luna de Avellaneda" donde no se hablaba ni de Racing ni de Independiente ,arme la lista de la primer C.D y pongame donde a usted le haga falta.
Un abrazo... y por nuestra salud mental propiciemos el basquet o el voley.
Amigos: muchas gracias por sus comentarios. Son esos post donde uno pone en juego sus sentimientos más personales y, vuestros elogios, me enorgullecen.
Así que, si algún día...Besuzzo arma la filial en Lomas, Juan se asocia, Liondart arma el escudo (no logo, escudo)y Lucas hace mi campaña a intendente.
Siempre fue un misterio para mí la vida de los pueblos turísticos fuera de temporada. De chica, no podía imaginarme más que la desolación del invierno, un aburrimiento casi eterno. Bueno, estas historias van emparchando de a cachitos aquella ignorancia.
(Está bueno q haya recuperado este post de pueblo-memoria. Pero mire q no olvidamos q en TW hizo la promesa de contar la cobertura del levantamiento carapintada, ¿eh?)
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