Acabo de leer esto y me vino a la memoria un escrito de hace exactamente un año, cuando este blog no existía y Mendieta tampoco. Estas son las cosas que escribo y nunca publico de las que te hablaba la otra tarde, Martín.
Definitivamente, es un viernes raro. El verano parece haberse esfumado a velocidad luz y hasta el aire huele a mayo. Pero es algo mucho más profundo que una baja de temperatura o una llovizna que cae sin ganas. La sospecha comenzó al subir al subte: no había nadie en todo el vagón que no anduviera cabizbajo. Más de veinte personas y todas con mala cara. ¿Un viernes? Increíble.
Hasta los vendedores de baratijas estaban desganados. Hubo uno que empezó con su cantinela de siempre y, al llegar a la mitad del discurso, se interrumpió en seco y dijo "abreviemos, salen nada más que dos pesos. Alguien quiere o no?" ¿Alguna vez vieron un vendedor de subte que diga "alguien quiere o no"?
Después subió el que castiga al charango con música jujeña. Arrancó con el carnavalito y llegó a decir a ver esas palmas y ahí nomás se le cortaron dos cuerdas. Desafinó más de lo acostumbrado y nadie se prendió. Yo tampoco. Se bajó sin pasar la bolsa.
Ya tenía dos malos signos, pero lo que terminó de convencerme de que algo andaba mal fue el linyera de la plaza del Congreso. El tipo está rematadamente loco, sobre todo después de que los asistentes sociales del gobierno le quitaran su mascota, que vivía y dormía con él abajo del ombú. Tuvieron que luchar bastante los dos gordos que bajaron de la combi para desatar la correa que lo unía a la rata. Tenía un tamaño importante y tarasconeaba de lo lindo.
La cuestión es que el loco, que hasta su separación pasaba bastante desapercibido, empezó desde ese día a reírse sin parar. Se ríe a los gritos, y entre risa y risa dice ya van a entender. La mayoría pasa por ahí y ni lo registra, muchos sólo lo miran de costado y a mí me da miedo de estar entendiendo. Pero hoy estaba callado y miraba para el cielo. Tan fijo que me hizo levantar la cabeza. Sólo vi la cúpula más allá de los cables y una paloma que se estrellaba contra una ventana. Fue también algo extraño. Rebotó y cayó en un balcón del tercer piso. Supongo que se murió, pero no estoy seguro.
No quiero aburrirlos con detalles, pero estuve la mayor parte del día en la calle y no encontré a nadie que sonriera. Peor, no vi ni un solo chico. Y eso que busqué. Sabía que, si encontraba un pibe caminando por ahí no podía pasar demasiado tiempo sin que riera por algo. No sé, con el muchacho que hace malabares en la 9 de Julio o que –de paseo por el centro- le dijera al padre ¡fah el obelisco!. Bastaba un pibe o una piba de menos de diez años para que cambiara todo. Una sonrisa y cambia todo, me decía mientras iba para el bajo por Avenida de Mayo. Pero nada, ni uno. En realidad algunos vinieron mientras tomaba un café para venderme estampitas y lapiceras, pero pedirle a estos pibes que sonrían sería de hijo de puta.
Así que me fui haciendo a la idea, de a poco. Algo anda mal hoy en Buenos Aires. Si no encuentro chicos que sonrían tengo que encontrar parejas que se besen. Salí del bar y enfilé para la Plaza de Mayo. Plaza rara también. Sin juegos, sin calesita, sin vecinos. Plaza que extraña tantos pies que no la pisan más, dolida de botas que la han pisado. Pero siempre hay alguna pareja que se sienta en los bancos de la fuente y se besa. Hoy no. Todos la cruzaban corriendo salvo un viejo que doblaba y doblaba su pañuelo, indiferente a la garúa que caía. Hasta el vendedor de escarapelas se había fugado para la recoba del Cabildo.
Ni chicos ni besos. Una ciudad desangelada.
Para que seguir. Ya dije que no quería entrar en detalles. Creo que, en este viernes que aún no termina, estoy triste. Pero esa es otra historia.
/Febrero 2007
6 comentarios:
Yo creo en la gente que ve cuando no pasa nada, que entiende que no pasa nada y que entiende su propia tristeza. Esas son las personas que pueden reírse con ganas, que pueden percibir matices, cuestionar lo establecido, lo que se naturaliza. Pueden hilar fino un análisis político, pueden hilar grueso en las sensibilidades populares y están y estrán cuando hay que estar. Ud, Mendieta, es una de esas personas, yo ya lo sospechaba, pero ahora me lo confirma.
Un abrazo.
Que curioso, leia su hermoso texto y sin quererlo (no soy un fanatico, ni siquiera un amateur) me acordaba de algunos versos memorables : "Mientras tanto la garua se acentua con sus puas..." (que imagen no?) o "que ganas de llorar/en esta tarde gris/ en su repiquetear/la lluvia habla de ti".
Lo que pasa estimado Mendieta es que el mundo se adapta a nuestro estado anímico; cuando uno está triste, el inconciente nos bloquea los indicios de felicidad a nuestro alrededor y pone el foco, digamos, en el vaso medio vacío. Me gustó mucho el texto, usted cataloga -como diría Dolina- como "hombre sensible de flores".
Abrazo!
Muy bueno, querido. Y es oscuro: parece eso de "acabo de llegar/ no soy un extraño". Algo de extraño en su propia tierra, quizás la tristeza deceptiva de mirar por primera vez de nuevo, como si se nos volviese de pronto espontáneo el peso de la Historia sobre las cosas, y, la "alegría que no viene", el dolor, única cara. La palabra "desangelado" es una palabra de la lírica ricotera, y quizás expresa eficazmente la sensibilidad del texto. Un fuerte abrazo.
la verdad, una postal porteña de los fines del verano y como dice el lic baleno, con mucho aire de algunos tangos, bueno, me gustó a pesar de la melancolía.
Lo sigo aunque estoy en lima, perú en tour sudamericano, como dice un amigo.
¡Mendieta! Usted tendría que escribir estas cosas más seguido.
Mire que hay que estar triste para escribir así en febrero en Buenos Aires.
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