11 octubre 2007

Celebrar la vida

Mendieta no es armenio. Pero aprendió a conocer esa dolorosa historia. Hay que admitir que primero le entraron por la comida y, entre lehmeyun y lehmeyun, empezó a escuchar. Ya era grandulón para entonces. Después empezó a leer algunos libros sobre la cuestión. Y hasta participó como oyente de algunos encuentros de la comunidad. Allí vio como se apasionaban, debatían y hasta se peleaban los dos bandos que hasta ahora llegó a reconocer: los religiosos, para los cuales todo es una cuestión de cristianismo como constitutivo de la identidad; y los nacionalistas, estos últimos más, digamos, laicos de izquierda. Igual Mendieta no está del todo seguro, porque cuando las discusiones se ponen buenas y se calientan, pasan del español al armenio y sólo queda el recurso de extremar el análisis de la comunicación corporal.

Como sea, y gracias a esto, millones de armenios y descendientes de armenios de todo el mundo hoy están un poco más satisfechos.

Mientras tanto, la hija de Mendieta, que lleva parte de esa sangre convenientemente revuelta con española, tana y criolla, se prepara para ir a la escuela pública de un barrio porteño. Y Mendieta vuelve a emocionarse pensando en unos lejanísimos tatarabuelos que, planeando sobre estos cielos, festejan el triunfo de la vida sobre la muerte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces, es mejor sólo que mal acompañado, don Mendieta. Ciertos apoyos resultan abrazos del oso....
http://www.clarin.com/diario/2007/10/16/elmundo/i-02603.htm
Qué decir?
Saludos- Laura

Mendieta dijo...

Abrazos del oso o bien picotazos de aguila. Es así.
Gracias por pasar.