Let me also wear
Such deliberate disguises
T.S.Eliot
Ser "incorrecto" con
cierta simbología y valores de lo popular pudo ser una operación intelectual
interesante cuando esa simbología estaba estirada y sobre estirada casi hasta
laminarla (lo cual, no casualmente, nos permite poner entre estos paréntesis el
grado de espesor que le otorgamos a los "sobre-estiramientos
simbólicos", provengan del cuadrante ideológico que provengan).
Esa incorrección, o al menos la incorrección
que más nos convocaba, convengamos, no provenía de los históricos adversarios
de las tradiciones nacionales y populares. Por el contrario, era ejercida por
muchos que, teniendo su origen en esas fuentes, sacaban las patas para
estirarlas y así, de paso, pegarnos un voleo en el culo. A veces efectivo, la
más de las veces efectista. Pero voleo al fin.
Nos enojamos muchas veces, nos
sonreímos otras tantas, con esos artilugios de una inteligencia política que
supo enmascarar en la ironía, cuando no en una pretensión cínica fallida, muy
propia del siglo 21. Que es, como toda expresión filosófica y ética de estos
tiempos, un cinismo part-time que está más
preocupado por el impacto que por rechazar los convencionalismos de la época.
Por el contrario: es un cinismo fallido que, en vez de buscar escandalizar,
intenta precisamente lo contrario: agradar a unos poquitos elegidos. Es, en
fin, mucho más cáscara que pulpa y de ahí su aceptación por ciertos círculos
intelectuales, más preocupados por diferenciarse que por pertenecer.
Bueno, podemos decirlo hoy y
reiterarnos: a nosotros también nos parecía que algunos discursos estaban
agotados, que había que "pasar de pantalla", que había que dejar la
comodidad de ciertos territorios conocidos y salir a explorar al descampado. Por
cierto: un discurso funciona solo cuando contiene una importante dosis de iteración.
Un discurso dicho una sola vez no es discurso, es texto. Pero: un discurso
reiterado por demás -sobre todo si es emitido desde el poder- también deja de
funcionar. Se degrada. Se avejenta. Pierde, en el camino, la frescura que lo
torna vital y por lo tanto escuchable.
Entendimos y entendemos que hubo
un momento en que el campo simbólico de lo nacional-popular se solapó con el
poder político existente. Doce años duró ese momento. Y que un modo de marcar
diferencias con ese poder político implicaba caminar por la cornisa de lo
"políticamente correcto" para la sensibilidad nac&pop e incluso
enfrentarla, tensionarla, incomodarla.
Quiero ser claro: el campo
nacional-popular no puede estancarse a la hora de la lucha por el sentido.
Tiene la obligación de moverse (la misma obligación que tiene el campo del
conservadurismo, claro, que de eso se trata la lucha por la significación, que
es constante, permanente e irresoluble). De adaptarse. De dar cuentas de los
cambios y, en este dar cuenta, generarlos. Por ejemplo: valoramos, sentimos
como propia y nos constituye la larga tradición de la lucha por los derechos
humanos en nuestro país. Pero no podemos dejar esa tradición en un punto fijo,
sobre todo si se ha alcanzado ese punto fijo como una conquista. Entonces le
resta a la política nutrir y actualizar ese tópico para honrar del mejor modo a
esa tradición. Memoria, Verdad, Justicia y, también, nuevos derechos.
Ahora bien: la pregunta que
amerita, que seguramente lejos estará de incomodar a aquellos que
-precisamente- han hecho de incomodar su coyuntural fe, es: ¿se puede mantener
esta actitud con la emergencia de un nuevo gobierno que lejos está de querer
representar el mismo espectro simbólico del gobierno pasado y que, bien por el
contrario, viene a restaurar políticas antagónicas ya no con Cristina sino
incluso con todo el extenso campo de las tradiciones populares argentinas?
Dicho de otro modo, mucho más
directo: por más bronca que le tengas al kirchnerismo y su uso (¿y abuso?) de
la temática de los derechos humanos, ¿es posible tratar de explicar como simple descafeinización epocal la discusión
acerca del número "real" de desaparecidos que nos regalara el culto
Lopérfido desde Pinamar?
Preguntas que intentan, en medio
de la caverna, no confundir sombras con oscuridades cuando en el fondo de todos
nosotros crece un fuego dispuestos a quemarnos por igual. Porque la etapa de los
chistes, lamentablemente, parece haber llegado a su fin.