Van por la junta de los baldosones, marchando. Parece una
fila recta, pero no. Hay que mirar con atención, una atención que sólo se logra
siendo un niño o estando enamorado. Una atención minuciosamente escrutadora de
cada gesto, de cada señal. Porque además de las que van derechitas, ordenadas,
marciales, con su cargamento de dichondras molidas a dentelladas, hay otras que
hacen un trabajo diferente. Entonces, estas, avanzan un tramo más rápido que el
resto, se frenan, se corren a un costado, miran, vuelven para atrás, se cruzan
al otro baldosón, mirando para afuera de la canaleta llena de arena que el
viento trajo esta mañana desde los médanos.
Son, estas, más inquietas, más inconstantes, más rebeldes, más
libres.
Las veo pasar, ir y venir, por los costados, mientras este
pasto que ya empieza a pudrirse encima cada vez pesa más y más. En serio, me
duele la espalda hace demasiados hormigueros y demasiadas historias.
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