Ahora ya no llora
(casi ya no llora...)
Todos somos prisioneros de algo. Siempre.
Y la mayor parte de las veces -gracias vida moderna, gracias
liberalismo, gracias derechos de tercera generación- somos prisioneros de
nosotros mismos.
Estoy preso cuando cada mañana salgo para el trabajo
convencido de que ese día puedo hacer algo que sea bueno. Y estoy más preso aún
cuando otra mañana salgo al trabajo igual, convencido de que nada interesante
voy a hacer.
La escala social también marca diferentes modos de presitud.
Debajo de todo, donde casi no se ve, los que han perdido todo. Los
desempleados, los que anhelan estar presos de un jefe, de cualquier jefe.
Un poco por encima, los laburantes en negro, los
subempleados, el monotributismo sin factura, el changueo. Con un pie adentro y
otra afuera de la deseada cárcel de la plusvalía. Porque convengamos que es
lindo estar en contra de la plusvalía cuando tenés laburo, y que cualquiera es
revolucionario de clase acomodada, sobre todo cuando tiene garantía de que su
revolución nunca triunfará.
En el medio todos nosotros. Mitad presos de ocasionales
jefes, mitad presos de ocasionales emprendimientos autónomos, bares en Floripá
abiertos el 31 de diciembre cuando te tomaste el palo y cerrados el 12 de enero,
cuando tenías pasaje de regreso. Mitad acostumbrados a obedecer, mitad
acostumbrados a patalear.
En la otra punta de la escala, arriba de todo, muy arriba de
todo, en democracia, también se puede estar preso ¿Y qué es arriba de todo? ¿El
empresario más poderoso? ¿el Cardenal Primado? ¿El dueño de todos los medios? ¿La Presidenta ? Sí, los de
arriba, acá, en esta columna, son esos. Y esos también están presos. Presos de
tomar decisiones, sabiendo cuando saben y haciendo como si supieran tomarlas
cuando no saben. Porque una de las claves de estar arriba, donde trepan los
monitos cuando de abajo les vemos el culo, es que no se note si están sucios. Y
para eso la primera condición es que parezca que saben. Ellos no dudan. No
vacilan. No titubean. Ellos de-ci-den.
Entonces están presos de esa presión: el decisionismo y sus
consecuencias. Piensenló un segundo: de verdad les gustaría tener en sus manos
el destino del resto? Firmo este decreto y pum, pasa tal cosa, pero también
puede pasar esta otra y también puede haber un alud en el Aconcagua y se viene
todo abajo y cagamos, se murieron cientoquincemil tipos porque firmé el folio
148 de un expediente. En serio: piensen si se la bancan.
También, los de arriba, que hoy nos ocupamos de los del piso
de arriba, están presos siempre de otras cosas: de los arribistas, del entorno,
de los chupamedias, de los que –ejem- existen gracias a ellos. Los curas del
obispado, los gerentes de marketing, el resto del directorio, los pichones. Que
te rodean, te alaban, te dicen todo que sí, que lindo todo, hiciste muy bien, lo
haces perfecto, lo harás para siempre. Te necesitan, te rodean y, cuando te
querés acordar, pum otra vez, sos un prisionero. En jaula de oro, pero
prisionero.
Cada uno sabe cuando tiene que abrir la ventana para que desde
el sur entre el Pampero limpiando nubes, polvo y perejiles. Esa es la ventaja
de estar arriba: podés decidir cada tanto abrir la ventana. También es una
obligación.
2 comentarios:
Muy bueno!
Excelente poética
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