02 enero 2012

Primero

Como un río, vienen diciendo los maestros desde que alguien se puso a pensar en lo irrefrenable del curso.

Como un estallido, una cañita voladora que se enciende y se consume en un abrir de colores y un cerrar en negro –pienso-, mientras la cruz del sur pasa por encima del pedacito de cielo que miro, acostado en el piso del patio.

Veinticuatro horas, sólo veinticuatro horas, de sinécdoque rabiosa y desbordada. La cena con amigos; el baile y las risas; los besos que otra vez besan la vida con terquedad militante, las almohadas en el piso; el viaje en autopista para allá y para acá; la soledad del libro en una mesa de bar, un atardecer sin horizontes, las caminatas de siempre, los serenos ventanales que engañan en los pasajes; el silencio, roto por la olla donde flota una porción; el vaso de vino y un mensaje en el teléfono que dice lo que no debiera ser.

La muerte, algunas muertes, nunca debieran ser.
No se puede creer así, le hablo. No se puede escribir así, me digo.

Y por eso, porque  nunca me hago caso, escribo en la madrugada, tratando de ignorar el ritmo de una taquicardia, desesperado de tanto en tan poco. 

3 comentarios:

Pedro dijo...
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Mendieta dijo...
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Anónimo dijo...
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