Que la noche sea buena

Los saludos de Navidad son difíciles. Quizás porque para mí las Fiestas de Navidad lo sean.

Siempre me costó ser feliz en Navidad. Cuáles serán los misterios de uno mismo, que duermen ahí al acecho, que hacen de las navidades un momento nostálgico y un tanto melancólico y, sólo una semana después, la noche de año nuevo me traiga esperanzas y ganas de bailar.

Todavía no sé muy bien si soy creyente o no. La mayoría de los días me cuesta mucho creer en Dios, en los hombres y, sobretodo, en mí mismo. Eso me pasa en las noches que no son buenas. A veces creo: creo ciegamente en los hombres y en mí mismo. En esas noches, noches nuevas de año nuevo, buenas noches, Dios me saca a bailar chamamé y yo me dejo llevar por el piso de barro.

Quiero dedicar este saludo de navidad y los deseos de felicidad a los que están solos. A aquellos que esta noche estarán acompañados por una radio, por una tele encendida, por una pantalla centelleante de computadora o, simplemente, por el silencio. A aquellos que esta noche no tendrán cerca a familiares y amigos con quien pelearse por el turrón, por la sidra, por el fútbol, por la religión.

Porque dedicárselo a ellos es sentirme acompañado y compañero.

Porque dedicárselo a ellos es también dedicarlo a todos y cada uno de nosotros. Porque siempre alguna vez, en algún momento del viaje, en algún instante, en alguna efímera mascarada de eternidad, estamos solos.
Y es porque a veces estamos solos que hombres, mujeres y dioses inventamos la Justicia, los amigos, el vino, la música, la política, el amor, la dignidad, los panes y los peces repartidos.

Para dar batalla, y cada tanto ganarle, a la puta soledad.