09 mayo 2008

Los modos de la siesta


La relación de uno con la siesta es ambigua, cambiante, con sus idas y vueltas. El recuerdo más lejano es casi siempre traumático: “es la hora de la siesta, andá a dormir”, dicen las madres o los padres. ¿Quién tiene ganas de dormir a los cuatro o cinco años?
Más tarde, unas 20 estaciones después, vuelve a ser primavera y los aromos en flor te pintan las manos de amarillo. Ya tenés unos 10 años y te amigás por vez primera con la siesta. Ese momento después del almuerzo es como un primer esbozo de independencia y libertad, una práctica a futuro: los grandes se han ido a dormir y uno es el feliz propietario del patio del fondo, de la caja de herramientas que no se puede tocar salvo para alcanzarle el martillo o la pico de loro al padre cuando cambia la exclusa de la bomba de agua que hay, herrumbrada de salitre marino, a mitad del pasillo. Ahí hacés otro aprendizaje: el secreto para salir airoso cuando se burla la ley, es ser metódico. Si arriba de todo estaba la cinta aisladora y el destornillador, así deberá quedar cuando sean las cinco. Al poco tiempo, el patio del fondo te queda chico y empezás a treparte al paredón –ese con el salpicré sin terminar, donde se esconden los rasguños y el tétanos- para meterte a investigar la obra en construcción. Eran tiempos, en esas siestas de primavera, en que escuchaba por primera vez la palabra “dúplex” y sonaba a modernidad y progreso.
Pero eso tampoco alcanzaba. Hay un mundo ahí afuera. Y entonces renunciás al capitalismo del patio propio y, en cooperativa con otros pibes y el perro, te rajás para los médanos de la playa a cazar lagartijas entre los tamariscos. O para el otro fondo, el del pueblo. Ahí empieza el campo y hay ranas en los bañados, yararás en las cortaderas y esqueletos de cuises secándose al sol. Se tejen ahí, en esas siestas de verano, las únicas amistades que serán -aunque al Gordo Germán y a Pirincho no los vea hace un cuarto de siglo; aunque Cumpa haya muerto ese año aplastado por un Rastrojero- para siempre.
Llega el otoño, inexorablemente, y las siestas adolescentes. El pueblo ya te queda chico, sobre todo en marzo, cuando las chicas turistas ya se fueron y uno necesita convencerse de que va a volver a enamorarse, por necesidad, de alguna compañera de escuela. Es que no hay otras. Ahí salís a caminar por la costanera, pateando las piñas de los pinos, ponele que son las tres de la tarde, y te cruzás con chicas que tratan de convencerse, también, de que uno no está tan mal. Es que no hay otros ni otras y se viene el frío y la niebla.
Claro que hay siestas, aún en pleno invierno, que tienen lo suyo: el sol logra ganarle de vez en cuando a las nubes y te sentás en la vereda contra una pared, al reparo del Sur que sopla fuerte, y te dedicás toda una siesta a masticar unos pastitos que asoman de las juntas de las baldosas. Nadie te apura, las gaviotas aletean contra el viento y tratás de entender cómo va a ser tu vida. En aquellas tardes uno sabía, positivamente, que algún día, que no era ese, iba a entender.
Luego las cosas, y las siestas, empiezan a pasar cada vez más rápido. En esta ciudad dicen que no duermen la siesta, en esa oficina dormí la siesta en el escritorio, en esa facultad dormí la siesta a las diez de la mañana de un sábado, con los ojos abiertos, escuchando ese teórico. Me acosté a no dormir la siesta con el sol entrando por la ventana del monoambiente con la compañera que a la otra semana me dejó de regalo su cepillo de dientes a cambio del llavero. Quiero pensar que fue en una siesta que me decidí a ser padre. Tuve una siesta inolvidable la primera vez que la cachorra durmió, sin llorar, dos horas de un tirón al lado mío en la cama. Siestas que no dormí por vago, siestas que no dormí por laburar y siestas que duraron años.
Hoy a la mañana, tempranito, viernes, en este otoño, me desperté pensando en esto. Otras de las razones por las cuales debemos hacer política es que todos tendríamos que tener garantizado el derecho a una siesta. Que es uno de los tantos modos de una sencilla felicidad. Pavada de plataforma, ¿no?

19 comentarios:

Esteban Casadey dijo...

Siesta, siestero, siestita, sieston. Siesta digna y universal. Muy bueno.

Horacio Gris dijo...

Muy bueno.


saludos

Lic. Baleno dijo...

Amen! Yo tenia un amigo que decia que un buen gobierno era el que hacia dejarte comer un asado tranquilo con amigos o la familia todos los domingos al mediodia.

Dos dijo...

Una Maravilla este ladrido. Mi corazon Portuario requiere del mar como del aire y usted me remontó a ese universo de la siesta playera invernal, ventosa y desolada, donde uno puede escucharse a si mismo.
La siesta en la ciudad que nos toca vivir ahora será, así, un mínimo gesto de resistencia al ritmo alocado y el ruido que tapa todo lo que uno necesita escuchar.
Gran plataforma. Lo voto

Anónimo dijo...

Se me cayeron unas lágrimas ....

mecasullo dijo...

Las siestas marinas no las conozco, pero sí las del invierno del sur, calentitos abajo del acolchado de pluma mientras la punta de la nariz está helada por el frío de la habitación.

Anónimo dijo...

Me hiciste acordar a Lorenzo Miguel: eso de que el peronismo es comer ravioles con la vieja. Y el Rey Enrique IV decía hace como 400 años que quería que todo súbdito francés se pudiera comer un pollo los domingos.

Anónimo dijo...

Dormir la siesta es darle la espalda a la sociedad de consumo en forma militante: no es ninguna pavada, de verdad.

Primo Louis dijo...

Yo tengo el escenario de las sierras cordobesas y su solcito de otoño (la mejor época para estar por estos lados) pero sus textos tienen la gran capacidad de traer sus recuerdos como si fueran mios (será que uno recuerda las sensaciones?).
Y pensar que algunos dicen que la siesta es improductiva...

Ana C. dijo...

Justo me levanto de una siesta impresionante y me encuentro con esto. Qué lindo.

Unknown dijo...

Un amigo me decía que no entendía porqué yo no trabajaba a la mañana. Para él, trabajar a la mañana, y si es posible bien temprano, era el modo de justificar una siesta placentera.
Que en realidad buscaba justificar le retrucaba yo- un almuerzo opíparo.

Anónimo dijo...

No me da para la siesta. Siempre sentí como un castigo levantarse dos veces en un día. Yo paso.

Generico dijo...

Son las 15:03 y estoy en la oficina. Acabo de almorzar y bue... quiero este perro en el poder. Le digo más, le doy el poder absoluto, toda la suma del poder público, lo que sea, por la siesta de mi adolencia.

Por favor.

Ana, ud cuenta plata frente a los pobres. Eso no.

Anónimo dijo...

La siesta obligada

La hamaca quieta,
la silla en sombra y sol
y tus ojos entre abiertos y cerrados.

La mañana se hace tarde,
los párpados plomo,
la cuna de oro.

El perro se echa desafiante,
libre de culpa y cargo,
mira y sonríe.

jjv

PD: muy grato lo suyo, digo, que se ponga a escribir... despierte hermano que ya es hora de la siesta!

Anónimo dijo...

SIESTA
Nada le pido a la vida,
nada más que una siesta a la sombra.
A la sombra de todos los hombres,
a la sombra de todas sus cosas.
No vendría mal un alma
entre tanta carne roja.
Escapando del odio y la furia
refugiándome en vos, mi última droga.
Siesta lávame
toda esta humanidad en mí
que se vaya, que se vaya.
Siesta lávame.

Faco dijo...

Bravo, mendieta, se me pianta una lágrima. Tienen razón también en lo que dicen sobre justicialismo, asado y ravioles (lindo título para un ensayo). La siesta barrial puede salvar al mundo, a por ella.

Leguar dijo...

Que suerte tenemos algunos entonces!
Una horita mínimo me clavo todos los días. Acá en Bariloche cierra casi todo a la hora de la siesta, recién a las 16:00 se reabre.
Pensar que cuando era pibe mi vija me obligaba a dormir la siesta. Hoy en la adultez la vida a menudo te obliga a no dormirla.

Leila Luna (ex Cosas dichas) dijo...

Siempre creí haber comentado este post. Hoy necesitaba volver a leerlo ¿se pasa pronto?

Saludo sin siesta

Anónimo dijo...

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lolikneri havaqatsu