19 marzo 2013

La palabra

"Su desprecio por los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada".
Albert Camus.

La palabra lo está abandonando, poco a poco, sin retorno.
La ha traicionado y la palabra no perdona. Y ahí su fortaleza, la que no pudo consistir.
Había encontrado la palabra una tarde de primavera, allá en un pueblo de sal. Fue cuando se enamoró y le juró lealtad eterna sentado en el cordón.
Después vinieron los años y las piedras de Sísifo en las pampas.
Y allí salió a pasear con la palabra por otros lados, los dedos de sus manos entrelazados. Con ella tuvo soles, asados, unidades básicas, inundaciones y paseos en catamaranes.
La fue poniendo, cuidadosamente, en diferentes sitios y lugares. Cotidianamente la pulía, buscando más y más brillo. Fue política, flecha al futuro, música que no suena, proyectos grandilocuentes, camisetas en tribunas vacías, serena abulia invernal, castigo y redención.
Ya son muchos años de andar juntos, él y su muleta articulada de fonemas. Pero ahora, justo cuando pensó que al fin había encontrado, bajo su amparo y conducción, la palabra a quien amar (ahí se interrumpe y dice: es tan fácil enamorarse de una palabra y tan difícil llegar a amarla), la engañó con la pasión de un cuerpo que se violenta.
Los brazos le cortan la lengua y ahí se despedaza en millones de fragmentos autónomos y rebeldes que hablan otro idioma que lo invade. La locura es sordera interna: adentro no hay palabras.

La palabra, que ahora era una mujer, esa mujer, le da paso a un silencio demasiado largo. Y con él al abismo y el desasosiego.
No hay dios cuando uno se abandona.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Estas persdido hermano, muy perdido.

Primero el gauchito gil y ahora citas a un existencialista frances. Solo falta que, como el al final de su novela, escuches los gritos de odio tras las rejas (L'Etranger)