16 mayo 2012

Viento del sur


Ahora ya no llora
(casi ya no llora...)


Todos somos prisioneros de algo. Siempre.
Y la mayor parte de las veces -gracias vida moderna, gracias liberalismo, gracias derechos de tercera generación- somos prisioneros de nosotros mismos.

Estoy preso cuando cada mañana salgo para el trabajo convencido de que ese día puedo hacer algo que sea bueno. Y estoy más preso aún cuando otra mañana salgo al trabajo igual, convencido de que nada interesante voy a hacer.

La escala social también marca diferentes modos de presitud. Debajo de todo, donde casi no se ve, los que han perdido todo. Los desempleados, los que anhelan estar presos de un jefe, de cualquier jefe.
Un poco por encima, los laburantes en negro, los subempleados, el monotributismo sin factura, el changueo. Con un pie adentro y otra afuera de la deseada cárcel de la plusvalía. Porque convengamos que es lindo estar en contra de la plusvalía cuando tenés laburo, y que cualquiera es revolucionario de clase acomodada, sobre todo cuando tiene garantía de que su revolución nunca triunfará.
En el medio todos nosotros. Mitad presos de ocasionales jefes, mitad presos de ocasionales emprendimientos autónomos, bares en Floripá abiertos el 31 de diciembre cuando te tomaste el palo y cerrados el 12 de enero, cuando tenías pasaje de regreso. Mitad acostumbrados a obedecer, mitad acostumbrados a patalear.

En la otra punta de la escala, arriba de todo, muy arriba de todo, en democracia, también se puede estar preso ¿Y qué es arriba de todo? ¿El empresario más poderoso? ¿el Cardenal Primado? ¿El dueño de todos los medios? ¿La Presidenta? Sí, los de arriba, acá, en esta columna, son esos. Y esos también están presos. Presos de tomar decisiones, sabiendo cuando saben y haciendo como si supieran tomarlas cuando no saben. Porque una de las claves de estar arriba, donde trepan los monitos cuando de abajo les vemos el culo, es que no se note si están sucios. Y para eso la primera condición es que parezca que saben. Ellos no dudan. No vacilan. No titubean. Ellos de-ci-den.
Entonces están presos de esa presión: el decisionismo y sus consecuencias. Piensenló un segundo: de verdad les gustaría tener en sus manos el destino del resto? Firmo este decreto y pum, pasa tal cosa, pero también puede pasar esta otra y también puede haber un alud en el Aconcagua y se viene todo abajo y cagamos, se murieron cientoquincemil tipos porque firmé el folio 148 de un expediente. En serio: piensen si se la bancan.

También, los de arriba, que hoy nos ocupamos de los del piso de arriba, están presos siempre de otras cosas: de los arribistas, del entorno, de los chupamedias, de los que –ejem- existen gracias a ellos. Los curas del obispado, los gerentes de marketing, el resto del directorio, los pichones. Que te rodean, te alaban, te dicen todo que sí, que lindo todo, hiciste muy bien, lo haces perfecto, lo harás para siempre. Te necesitan, te rodean y, cuando te querés acordar, pum otra vez, sos un prisionero. En jaula de oro, pero prisionero.

Cada uno sabe cuando tiene que abrir la ventana para que desde el sur entre el Pampero limpiando nubes, polvo y perejiles. Esa es la ventaja de estar arriba: podés decidir cada tanto abrir la ventana. También es una obligación.