Anoche decía, embriagado por el sueño y un inexplicable malestar, que estaba un poco triste. Pero tampoco era eso. Vamos, que nunca aprendí del todo a darme cuenta por qué me asalta a veces un sentir que mezcla tristeza, melancolía, nostalgia y ganas de pelear. He derrochado palabras tratando de entenderme y también me he resignado a, simplemente, atravesar esas confusiones del modo más caballeroso posible.
Es (soy) raro. Porque muchas veces, sino todas, me pasa cuando lo sensato sería estar contento o, al menos, serenamente satisfecho. Me pasa cuando algo termina, concluye, game over, listo, fue. Me pasa, sobre todo, cuando ganamos y entonces hay que dejar el campo de batalla, levantar el campamento y partir en busca de otra trinchera.
La guerra permanente, la campaña permanente, el sentir permanente, la ambición permanente: el desayuno de los obcecados que pierden al triunfar.
Hoy no estoy, como anoche, ya lo dije, exactamente triste. Porque no me pone triste el fallecimiento de Néstor. Lo que me pone triste y me conmueve es toda la gente que se pone triste por la muerte de Néstor. Es esa maldita costumbre de buscar mediaciones populares para sentir.
El domingo en la plaza me detenía a mirar, de lejos, los abrazos que los compañeros se daban.
Ayer por la noche veía por la tele las afueras del Juicio de la ESMA y los abrazos que los familiares se daban.
Anoche miraba como empezaba la vigilia y los abrazos que los laburantes se daban.
Ayer, entonces, escribía: el signo de la época es el abrazo.
Y vuelvo a leer, un año después, sentado en la misma silla que descubrí hace poco que tiene la magia de hacerme llorar, lo escrito hace un año.
Y entonces los vuelvo a abrazar a todos porque me quiero dejar abrazar. Y encontrarme ahí.
4 comentarios:
Este posteo y su militancia, compañero, es mucho más que un abrazo
De adolescentes, al final de la dictadura, mientras descubríamos la pasión por la militancia, nos despedíamos con un abrazo. Y las cartas (en aquella época no existía el mail,y el papel tenía ese no se qué que que se yó), siempre, indefectiblemente, terminaban con "un abrazo peronista".
Una de las cosas que se nos llevó el neoliberalismo fué esa cosa afectuosa y profunda del abrazo.
Paradójicamente, en aquellos años se impuso el beso, pero un beso impersonal y lejano, como de compromiso.
Una de las primeras cosas que me hicieron sentir como en casa cuando ingresé al "mundo blogger" fué que los pibes Kirchneristas usaban el abrazo como fórmula de despedida.
No me cabe duda.
Los argentinos, y sobre todo los peronistas hemos recuperado el abrazo.
Un fuerte abrazo desde Necochea compañero Abelardo.
A mi el domingo me abrazaste!
y ahora lo haces de vuelta.
Un abrazo
Lisandro
La esencia de la vida es aprender a sentir, ha disfrutar de esas sensaciones que trae con sigo la vida, saber derramar una lagrima y con odas las fuerzas sonreír. La vida eso eso es, sentimiento.
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