09 agosto 2011

La vida de un triunfador



Santos Danilo Pérez era un tipo con suerte. Pero siempre le gustaba decir, mientras se acomodaba la traba de la corbata e inmediatamente se tocaba los gemelos de la camisa, un tic imperceptible pero reiterado, que él la ayudaba con esfuerzo.
Había empezado su carrera deportiva en un humilde club de Carmelo, en la liga regional. Pero su estampa y su hábil manejo del vestuario, pronto lo llevó a Montevideo, la gran ciudad.
Fue apenas llegar que Santos Danilo Pérez supo que era la oportunidad de su vida, y que no la iba a dejar pasar así como así. Entonces lo primero que hizo fue comprarse las trajes más brillantes que encontró en la 18 de Julio, embadurnarse el pelo con gomina y lustrarse los zapatos acharolados. Tengo que parecer lo importante que soy, la imagen es todo, se decía ante el espejo cada mañana, antes de ir para el entrenamiento en la auxiliar del Centenario.
Era un adelantado: si Santos hubiese sido un protagonista de estos tiempos hubiera tenido un I-Phone y juguetearía con él -todo el tiempo- arriba de la mesa de los bares. Pero eran otras épocas, menos comerciales pero igual de competitivas. Así que Santos no dudaba en esforzarse con todo su cuerpo para ser el mejor. Él iba triunfar, cueste lo que cueste, pasara lo que pasase.
Era un tipo inteligente, también. Así que lo segundo que hizo, después de empilcharse como Dios manda, fue detectar a quién se tenía que pegar para irse para arriba. Y como era inteligente tenía buena vista, así que no dudó, desde el primer día, que tenía que ser uña y tierra negra con Antolín Walter Badasso.
¡Qué jugador que era Badasso! Un 9 de área tremendo. Pícaro, movedizo, encarador. Te tiraba gambetas en el área chica Badasso. Y no tenía empacho en adaptarse al esquema táctico que le planteara el técnico y la actualidad. Los relatores de la época siempre remarcaban su extraño caso, porque Badasso habia debutado en primera como un centrojás clásico. Esos de la escuela de los tiempistas para salir a cortar y recortar. Y sin embargo, con el paso del tiempo y los torneos, primero se paró de 5 y tuvo la osadía de hacer algunas jugadas inesperadas: tiró un taco en el círculo central, metió un gol de chilena y cuando terminó el partido le dedicó la conquista al presidente del club. Al mes jugaba de 9 y la descosía. 
Para colmo era un mimado de los fotógrafos y las revistas del corazón: fachero, sonreídor, con fama de seductor en las milongas y ritmo para el zurdo en los carnavales. Porque Badasso, además de jugar al fútbol como pocos de su tiempo, era un gran murguero.
Así fue que, leyendo bien la situación y el plantel, Santos Danilo Pérez se acomodó con Badasso. Era solícito ante sus pedidos, aún los más excéntricos, y el primer apologista de su buen juego. Cuando terminaban los partidos Santos Danilo se iba acecando para donde estaban los cronistas de las radios y se le secaba la lengua elogiando a Antolín Walter: ¿vos viste como tiró esa pared?¿miraron bien como le pega tres dedos en los corners de la derecha?, y sentencias por el estilo. También, como gracias a su cercanía con la estrella, se suponía que conocía cosas que los demás ignoraban, era requerido como "palabra autorizada" sobre el estado del goleador: no, tranquilos muchachos, Antolín Walter esta semana está bárbaro, ayer metió 4 goles en 15 minutos entrenando, dos con cada pierna. Eso sí: no lo jodan ahora cuando salga que tiene que descansar.
Fueron las épocas doradas de Santos Danilo Pérez. Parecía que tenía la pelota atada para siempre y así se los hacía sentir a todos, porque así lo sentía él: con los muchachos en el bar, con las chicas en el cabaret, con sus nuevos conocidos de Montevideo y hasta, y esto era lo más notable, con sus propios compañeros de la escuela primaria de Carmelo. Santos Danilo era, al fín, un triunfador.
Hasta que un día, luego de ser goleador en 3 campeonatos seguidos, Antolín Badasso decidió que Peñarol y el Centenario ya le quedaban chicos. Y fue el primer jugador uruguayo en irse a jugar a Italia, al Milan.
Y ese momento, tan trascendente en la historia del fútbol oriental, fue el comienzo del fin para Santos Danilo Pérez. De un día para otro dejó de ser importante en el bar porque ya no tenía qué anécdotas de Badasso contar. Dejó de ser interesante para las chicas en el cabaret, que, justo es decir, le daban bola pensando en acercarse a través de él a la gran figura. Y, lo peor de todo, lo que más le dolió, es que dejó de ser consultado por los periodistas cada sábado para saber cómo estaba la saeta.
Esta es la gran historia de Santos Danilo Pérez, que supo ser el portero del Estadio Centenario por sólo 4 años.
La nada misma en la enorme e infinita trayectoria de lo único que realmente importa para la trascendencia: lo que se hace en el césped y los cantos de las hinchadas. 

   

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece haber visto un lindo gatito...

margaritas dijo...

Hay tantos Santos Danilo Pérez por el mundo...