Mentiría si dijese que era particularmente linda y entonces adornara una descripción al sólo efecto de generar una empatía. O mejor dicho, para no empezar dando vueltas: no era bella. Era de esas que tienen que estar al abrigo, encerradas, y no regalaba flores ni siquiera en primavera. Sus formas eran duras, las hojas gruesas y ásperas con nervaduras prominentes y, como tenía varios años, había ido perdiendo las formas. Así es que llegó a tener un tallo muy largo, desproporcionado con la maceta que la albergaba y más desproporcionado aún con el penacho de hojas que coronaba su techo.
Al principio traté de seguirle la corriente pero no tanto. Me criaron de ese modo. Así que la puse en la parte más protegida del balcón, ese que daba al oeste, pero ni loco iba a dejar que me invadiera el living. Caramba: que recién me mudaba ahí y tenía todos los muebles nuevos, los libros que había rescatado de la inundación, una resma de papel y una agenda vacía.
No le fue muy bien que digamos en la adaptación y empezó a decaer. El tallo seguía recto, firme. Pero las hojas se caían y, las que no, dudaban. Le puse una maceta de margaritas a un lado y otra de alegrías del hogar del otro. No sé, pensé que capaz la compañía podía ayudarla. Y nada.
Después una tarde en que estaba meditando tirado en la hamaca paraguaya de ese mismo balcón que era ahora su hogar, tuve un instante de iluminación: “lo que necesita es una compañía con la que se puede entender, charlar su mismo idioma. Alguien parecida a ella. Dura. Severa”. Así que corrí las margaritas y las alegrías del hogar y le acomodé a sus pies otra maceta con un malvón rojo sangre. Me pareció oír cierta sonrisa entre la brisa fresca de septiembre, pero no estuve muy seguro si era por la llegada del malvón o una risita irónica que me decía “justo a mí una alegría del hogar?”
Como sea, algo mejoró. Así que se bancó la mudanza de noviembre pasado y cierto maltrato del fletero, que la acostó a lo ancho de la chata que traía las cosas hasta acá. Y como acá hay un patio grande, luminoso y con un cantero de lo más exuberante, no dudé ni un segundo en que ahí se iba a quedar. Entre el árbol de palta que crece y crece, el helecho que compró V. y la enredadera que sube por el muro.
Se preguntarán: ¿pero no era de interior? ¿Y la dejaste afuera? Bueno, contestaré, que era para estar adentro era una sospecha mía más que una declaración formal de su parte. O también podría decir que, inconscientemente, le estaba dando lugar a que pasara lo que tenía que pasar.
Así es como, hace unos días, me senté en el piso y estuve un rato mirándola en silencio. Había sol y un cielo muy celeste arriba de todo. Después me paré y formalmente asumí que ya estaba muerta. Dije, en voz alta: ya está. Las hojas, las pocas que le quedaban, estaban muy secas. Pero el tallo seguía derechito, con esa rectitud tan apabullante y pesada de su deber ser. Entonces la agarré, busqué una bolsa, la desenterré de la maceta verde y la dejé en el contenedor de la obra en construcción de la esquina. Después revolví la tierra de la maceta, la aireé por unos días y luego la mezclé con el resto del cantero. En ese cantero que tiene flores, la enredadera, el árbol de palta, el helecho y muchas pero muchas lombrices. Ahí, se mezcló con esa tierra fértil la otra tierra.
Y esta, amigos, es la historia de la planta que había heredado de mi mamá cuando se murió. La planta que había estado con ella, acompañándola en el departamento donde pasó sus últimos dos años, peleando como siempre había peleado sus anteriores sesenta. Ese departamento que se iba oscureciendo de a poco.
Hoy, 3 de mayo, nuestra vieja, hermanos, cumplía años. Y le hubiera gustado escuchar que su planta nunca se dobló y que la tierra sigue viva. Y que sus hijos peleamos todos los días por las flores, mecidos por el viento, flexibles.
7 comentarios:
Que lindo homenaje, che. Se ve que dejó mucho mas que una planta.
Hermoso.
A veces las plantas son más que eso (como si fuese una planta no fuera de por sí ser bastante).
Terminé de leerte y llamé a mi mamá. Abrazo.
A juzgar por el retoño debe haber sido una planta enorme.
Un abrazo.
cuando hace unos meses vimos que se estaba muriendo, te dije, y lloré, y lloramos. Aunque no la conocí sé que fue una mujer fuerte y noble, como aquella planta
Que lindo. Me dolió.
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