10 febrero 2011

En los margenes






Hay veces que tiene razón. Y en general, para mí, tiene mucha más razón cuando escribe de estas cosas que cuando habla de política o de las crisis mundiales. Y yo sé que esto, que algunos pensarán como crítica, él lo tomará como un verdadero elogio que hace tanto no le hago. Porque no me gusta andar elogiando a los que son amigos.

Hubo una época, hace poco que es demasiado –porque cuando muchas cosas pasan los tiempos son veloces-, que con Lucas hablábamos de cualquier tema pero para hablar de esto. En esa época, por distintas razones, viniendo de diferentes lugares, con historias diferentes y hasta muy contradictorias, nos encontramos en el cordón de una terminal de ómnibus (todavía están pendientes esos cuentos que íbamos a escribir de las terminales, Carrasco) y nos pusimos de acuerdo en esto: nos gusta ser cronistas de los márgenes porque es allí donde pasan cosas. Después, otra noche, tomamos mucha cerveza y casi nos agarramos a piñas. Y ahí estamos.

Esos márgenes y esos bordes no son, como podría pensar un productor pelotudo de esos programas de tv que muestran antropológicamente a los excluidos del sistema, las villas y la miseria de nuestra Patria. O al menos, no son esos los únicos márgenes.

Hay mucho que vino y viene pasando en los suburbios a donde no llegan las luces de las cámaras ni las moleskines de los críticos. En sótanos donde unos pibes bien escriben poesía que viene a combatirnos, donde otras minas tocan guitarras desafinadas mientras clavan su mirada en el cielorraso, en las tardes de asados en terrazas al sol, en los aserrines de las escuelas técnicas, en los cuartos de servicio de los pisos de Recoleta. Esos algos que pasan, por suerte, no pretenden grandes épicas discursivas (aunque jueguen con ellas y las manoseen imprudentemente) ni tienen certezas irreductibles de que con ellos llegará el fin de la historia. No. Ni Fukuyamas liberales ni marxistas victoriosos implantando el socialismo y la definitiva consumación del fin de los tiempos. No. Esos algos que pasan son – a veces somos- inconstantes, provisionales, contingentes. E insoportablemente humildes y soberbios. Esa mezcla, amigos, es potente para el que quiere ver.

Yo quiero pensar y creer que esos algos, esa cultura que florece en las sombras, es, por sobre todas las cosas, algos imperfectos, algos bellos, algos odiosos, algos contradictorios. Son, esos algos, profundamente humanos.

Y escribo esto hoy, en una especie de primavera de algos, porque en un año, una década o un siglo, volverá el otoño. Y cuando llegue el otoño, que va a llegar como siempre, me iré a la terminal a sacar un pasaje en micro a otro margen, a otra banquina, a otra estación de servicio, buscando otra semilla de incomodidad. Y que florezca. Que la vamos a pisotear.

1 comentario:

Matías dijo...

"donde otras minas tocan guitarras desafinadas mientras clavan su mirada en el cielorraso" ¿Vas a ir a ver a Los Galgos? Naaa...