14 enero 2010

Confesiones de verano

Ultimamente se me dió por cenar en lugares de lo más respetables. En las mesas no hay borrachos, perdedores, ni putas. Al menos en las mesas que me rodean y a primera vista, porque habría que ver bien.
Ahora estoy ahí y veo sus sonrisas blancas y rubias y los carritos con bebés. Todos sonríen mecanicamente, con desgano. Y contestan igual. A los hijos, a las esposas, a los maridos.
Todos piden -casi todos, bah- , como pido yo, un vino tres cuartos. No sea cosa chocar en alguna curva sin el cinturón puesto.
Hay algo de esa felicidad que tienen que me molesta. Esa felicidad que tuve y que tendré mañana. No ahora. Esa felicidad de ser un perfecto pelotudo feliz, con tarjeta de crédito y cinturón de seguridad.
Porque ojo, recuerden una verdad: Bukowski se chupaba todo y se garchaba todo. Pero se murió de viejo.
Se murió de viejo. Eso quiero. 
Y escribir algo de vez en cuando. Entre vino y vino. Y vos.

3 comentarios:

Eva Row dijo...

Un cliente mío, con humor judío, me dijo un día: cumplí 70 años, qué suerte, ya no me puedo morir joven.

Paula Carri dijo...

"un perfecto pelotudo feliz", menos mal que nunca va a poder serlo. Aunque lo disimule algunas veces ;)

Leila Luna (ex Cosas dichas) dijo...

A ver estimado,
Ud que tiene esa capacidad de extrañarse de lo cotidiano y ponerlo en palabras, eso que Ud dice que es vocación de cronista y yo digo que es capacidad de objetivación (algo bastante más que un cronista), dígame ahora: ¿fueron mis tweets conceptuales sobre las localidades serranas acertadas en su ontología? ¿Pudo leer mis líneas arrojadas en la virtualidad en esos paisajes? ¿O será acaso que me he quedado mirando una fotografía?