Cuando era chico, diez años ponele, jugaba a los indios en los médanos de la playa y veía, ahí en el balneario de la otra cuadra, a “los grandes”. Y quería ser como ellos. Ellos, los grandes, tendrían trece o catorce, pero sabían putear con cierta consistencia y levantar la pelota sin esfuerzo en la arena seca.
Al llegar a los quince los grandes ya eran más grandes. Pero me abrumaba el ver la seguridad que tenían para hablar con las minas, dar discursos en las asambleas de la escuela o pintar consignas en los paredones sin que la cana los agarrara.
Pisando los veinte seguía mirando con admiración a otros grandes. Y yo seguía teniendo miedos. Otros miedos. ¿Qué carajo voy a hacer con mi vida? ¿De verdad ésta es mi profesión? ¿Algún día me enamoraré? ¿Me olvidaré de mi pueblo? En aquellos tiempos veía, mientras recorría las primeras noches de la ciudad a unos tipos que tendrían treinta pirulos y quería ser como ellos. Eran tan seguros, tan plantados, tan valientes. Sabían, positivamente sabían, lo que había que hacer.
A los treinta fui papá. De algún modo, inocentemente, siempre había pensado que para ser padre había que estar seguro y, sobre todo, ser grande. Ser grande como sinónimo de seguridad, de valor. Y ahí todo se fue al carajo y todo empezó a ponerse en orden.
Ahora estoy preocupantemente cerca de los cuarenta. Y sigo sin entender demasiado y, lo mejor, sigo teniendo muchos miedos.
Sigo teniendo miedo cuando me encuentro en el espejo, cuando tengo que levantar la pelota de la arena seca, cuando puteo con elegancia, cuando me encuentro en los bares y doy discursos y pinto paredones. Pero lo hago. Sigo teniendo miedo cuando hablo con las minas, cuando me enamoro, cuando me acuerdo de mi pueblo, cuando pienso en lo que hago cada día y en su cuasi perfecta inutilidad. Pero lo hago.
Y tengo miedo, mucho miedo, cuando Cachorra está con fiebre o con tos, cuando no sé muy bien qué hacer o qué decirle, cuando la veo crecer. Pero ahí la abrazo fuerte, hago que soy un tipo seguro y valiente, le digo que no tiene nada y ella me cree.
Misteriosamente, debe ser porque soy grande, ella aún me cree.
6 comentarios:
muy bueno!
Mendieta, lo que escribió es hermoso. Mizollorar, che.
Y, sí, Mendieta. El miedo nunca se le pasa a uno. Solamente se acostumbra a aguantarlo.
En España hubo en los años 20 un torero muy bueno que se hizo famoso porque introdujo la práctica de torear de rodillas. En una entrevista le preguntaron por qué había empezado a hacerlo y contestó:
"Yo toreo de rodillas cuando tengo tanto miedo que quiero echar a correr. De rodillas, como no puedo correr, me aguanto". Un grande, don Manuel Lalanda. Murió en 1990, ya muy viejito.
Un abrazo
Alguien dijo que la valentía no consiste en no tener miedo, sino en que, teniendo miedo, hacer lo que se debe. Creo que es por ahí. En este sentido el miedo nos hace heroicos. Gracias por este hermoso texto. Un abrazo.
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿sabes tú del miedo?
sé del miedo cuando digo mi nombre.
es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
sí. en el eco de mis muertes
aún hay miedo.
(alejandra pizarnik)
bezaso / normis
el miedo es inherente al vivir... vivir es justamente eso enfrentarlo... no sé si creciste los suficiente o solo pasaron los años, pero que hay que tener mucho hue...sos para desnudar el alma... estoy segura...
Un abrazo
Andrea
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