Thomas Facovich llegó con aire cansado y miró hacia los costados antes de agarrar el picaporte. Sabía que lo iban a encontrar y sabía que era en vano seguir huyendo, así que se acomodó el gorro de lana y entró
al restaurant.
Sin dudar, con paso lento pero decidido, se sentó a la mesa en donde lo esperaban, como todas las tardes de febrero, los que todavía soñaban con llevar a buen puerto el atentado al rey.
Y sin siquiera saludar ni quitarse el piloto, les dijo: "puedo contar su historia y hasta embellecerla. Puedo defenderlos ante los ataques que sufrirán. Puedo transformar un terrorista en un prócer para los libros, un corrupto en un honesto para el periódico y un blando en un mártir en el cinematógrafo. Pero no puedo hacer nada de eso si parecen idiotas".
Sólo allí pidió su primer trago al mozo que, desde lejos, los escuchaba con aire distraído.
"El timonel solitario". Vera E. Arlington
1 comentario:
Así sí dan ganas de escribir. Un abrazo.
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