14 junio 2009

Los laberintos II

Mi amigo el Negro no lee blogs. En realidad no tiene la más puta idea de cómo se hace para entrar a internet. Anda prometiendo hace como diez años de que va a tomar un curso, pero son como sus promesas de asados. No, no es que te miente. El chabón te encuentra un jueves, ponele, y te dice: hagamos un asado en casa el fin de semana. Entonces vos le decís dale. Y él se va contento, pensando que el sábado, o el domingo, va a hacer un asado, o una paella, o un pollo a la cacerola. Lástima que en la esquina se encuentra con otro y se olvida de todo, y vos te quedás esperando ese llamado hasta el domingo a la noche.

La cosa es que mi amigo el Negro, a pesar de su pinta de subcomisario de la bonaerense, es un tipo culto. Ojo: es culto porque hace como veinte años que se toma el tren desde Beccar, entonces aprovecha y lee hasta el centro cuando viene y hasta Beccar cuando se va. Debe ser un caso de estudio: de cómo la ineficacia del transporte público te puede hacer un tipo leído. Él se hace el modesto: dice que lo suyo se limita a ser “un buen solapeador”, esos que te leen contratapa, solapa e índice y, merced a la labia, te chamuyan con las últimas novedades de las editoriales (igual hay algo de cierto en todo esto: sólo los ladrones reconocen a los ladrones. Y yo he visto, en vivo y en directo, como mi amigo el Negro le ganaba inapelablemente una discusión filosófica sobre Kant y Hegel a la mismísima Elisa Carrió. Cuando la señora se fue, mientras tomábamos el anteúltimo vino, el Negro dijo: “otra solapeadora como yo”).

La cosa es que no logro que mi amigo el Negro lea este blog, pero igual quiere estar al tanto. Entonces cada vez que nos encontramos me dice: ¿qué escribiste? , y yo le tengo que contar. Y le cuento que escribí sobre el lenguaje, sus límites y los laberintos, y mi amigo el Negro, que es peronista y borgeano, me agarra del brazo y me lleva a las patadas hasta la librería del Avila y me hace comprar “El laberinto del Universo. Borges y el nominalismo”, de Jaime Rest.

Así que ahora leo: “La razón de ser de la literatura en su condición de tal es la arbitrariedad del signo, la imposibilidad de que el lenguaje pueda trasladar fielmente la realidad al plano conceptual”.

Eso. Leo eso. Todas las cosas están dichas. Todo inventado.

Pero seguimos buscando. Y por eso, tan sólo por eso, aún escribimos.

6 comentarios:

Andrés el Viejo dijo...

¿Cómo era? "... has gastado los años y te han gastado y todavía no has escrito el poema."

Racing y el Tio Campora dijo...

Mendieta, todavía estás festejando, largá un momento el chupi y escribí aunque sea una línea por el 3 a 0.

Verboamérica dijo...

No te puedo ayudar hoy yo, porque siempre estuve perdido. Y eso que al único laberinto que entré fue al de Los Cocos, en Córdoba.

Primo Louis dijo...

Esa idea es tan poderosamente transformadora y sin embargo es desdeñada una y otra vez. A mi no me entra en la cabeza como hay gente tan culta que construye laberintos de palabras en desiertos de significación...

El Canilla dijo...

es como la búsqueda del santo grial.al final, los templarios se enamoraron de la búsqueda.

Anónimo dijo...

Me encantó....si me habré perdido en laberintos propios y ajenos !.

Mariana