13 septiembre 2008

Más historias de bares

El lugar tiene lo suyo, que vaya a saber qué es. O quizá sí lo sepa: basta entrar para sentirse local. Una especie de zona liberada para beber, fumar lo que todavía está prohibido tener y tararear al compás. Está lejos de Palermo Algo y cerca de la Buenos Aires que lucha inútilmente por volver a ser.

Los muchachos hacen su set de tangos canyengues y uno va y se sienta donde haya una silla libre. La noche en que la silla libre sea al lado de la morocha que cada tanto sale a bailar entre las mesas les cuento. Pero anoche me tocó al lado de J.

J. también canta de rato en rato invitado por el guitarrista, un pibe que abraza su guitarra con la misma ternura que abraza el vaso de ginebra. Cuando puntea los arreglos que ensayó en la semana sin pifies los ojitos le brillan aún más que de costumbre. El pibe tiene una mirada tierna, de esas que a uno le gusta hacerse amigo. También tiene una pena y uno también acostumbra a hacerse amigo de las penas.

J. no tiene mirada tierna. Sus ojos miran sin ver, como miran los locos y los sabios. Y J. parece ser una mezcla exacta de las dos cosas. O también es probable que sea lo mismo, ¿no? A J. le gustan los tangos de Discepolín y los entona con voz potente, saliendo bien de abajo, de la panza.

A J. también le gusta charlar y a mí me gusta escribir lo que charlo con la gente por ahí, por esos lugares que hasta hace meses sólo visitaba con la imaginación y el deseo de cronista frustrado. Así que anoche le invito un tinto y hacemos lo que mejor sabemos hacer con J: hablar de todo.

No, no es así. Yo hago lo mejor que sé hacer: preguntar y escuchar. Así que pregunto y escucho. Y J. me habla de Perón, del peronismo, de la necesidad de que haya dos brazos, uno izquierdo y otro derecho, de que haya dos cosas de todo, pues eso es el equilibrio. También habla de que el buen gobernante es aquel que sabe interpretar lo que el pueblo necesita pero no deja de hacerse acompañar por los que están preparados para hacerlas. Y acá se vuelve elitista y habla de la verdadera nobleza y me cita a Ortega y Gasset y yo recuerdo un post de hace semanas. De ahí parte hacia la filosofía y el idealismo alemán y elogia –y cita al pasar- a Spinoza. Todo esto va convenientemente mechado con alusiones al tango. Todo es fundamento para hablar del tango.

De ahí salta a una especie de orientalismo del ying y el yang y Confucio. Y cuando la botella está a punto de acabar me declara solemnemente su admiración por el medievalismo. Porque en esos tiempos sí se respetaba a la mujer de verdad, no como ahora, me dice. Las pibas que están en la mesa de al lado fruncen el ceño, no sé si por lo que escuchan o porque yo escucho a J, mientras mido a la de rulitos.

J. ya está lanzado con su monólogo y rechaza el convite a cantar. Yo hace rato que dejé de preguntar y pido otra botella. Y J. se despacha con esta frase: “yo en verdad no soy J., porque yo volví a nacer el 23 de abril de 1976, la noche en que vinieron a buscarme y me encontraron al final del zaguán. Desde ese momento soy un transmisor –creo que dijo transmisor, pero también pudo haber dicho un elegido- para que se conozcan las verdades que están ocultas de la racionalidad moderna. Los siete pilares en donde descansan los amores y los desamores, las lágrimas y las risas y la amistad y el odio. El séptimo pilar sostiene otra cosa, pero vos no estás listo para escucharlo. Por eso canto tangos, aunque me critiquen por el aboleramiento que a veces me sale”. Increíblemente, todo esto también tenía que ver con el tango.

Ahí ya tenía flor de historia para escribir, pero la botella todavía tenía vino y yo no tenía ganas de irme porque la de rulitos seguía ahí. Así que sigo escuchando a J., el transmisor, el elegido.

“Vas a pensar que estoy loco. Pero ahora te voy a hacer una confesión que no acostumbro a hacer a cualquiera. Ella me dejó una noche hace mucho tiempo y la casa se puso fría de repente. Por eso voy por los bares, cantando. Porque pasaron treinta años y la sigo buscando cada noche, aunque en el camino haya perdido el nombre”.

Caramba J., le digo, eso sí es un tango.

Y J. me responde: no, pibe. Todo lo que hablamos antes es un tango. Esto que te acabo de decir es mucho más que eso. Es todo.





Boomp3.com

11 comentarios:

{ § } dijo...

abelardocastillensemente inspirado¬inspirador

Unknown dijo...

O Ignatius reilly se hizo tanguero?

Verboamérica dijo...

Y Rulitos? No me digas que es amiga de la Peque de Lucas?

Anónimo dijo...

muy bueno su texto,siga asì

Ana C. dijo...

:-)

Tendría que haberle hecho contar un poco más de esa noche de abril del '76. Y sobre esos siete pilares que resuenan tan a misticismo orientalista medieval.

Ya le dije que tengo debilidad por las historias de bares ¿no?

Mendieta dijo...

Simbolito: noserámucho? Igual, bienvenido el masaje al ego.
Lucas: no me mande al frente.
Verbo: rulitos fue una visión de una sola noche.
Anónimo: bueno, trataré.
Ana C: ya me lo dijo. Y ya volveré a ese bar. Hay que tomarse las cosas con calma.
Saludos

Politico Aficionado dijo...

Mendieta:
Confiese que el post se lo dictó Discépolo desde el séptimo pilar.
Es de diez:

Flor dijo...

Mendieta existe sólo una tanguería en la cual las cosas maravillosas simplemente pasan. Y creo saber cual es.


almagrosera
alma grosera?
almagro será?

Mendieta dijo...

Asumbrella: es Almagro. Si. Vamos.

Flor dijo...

vio? No puedo tirar sus coordenadas (en principio) porque no me las acuerdo y (en segundo lugar) porque ese tipo de bares a veces son producto de mi imaginación -me pasó una vez con un bar azul que desapareció.

Almagro es el barrio más bonito y más vivible de la capital.

Flor dijo...

Pero como me encanta especular y pensar en casualidades, me atrevería a decir que fuiste partícipe de un show de tango de yunta braba.

Dejémoselo a mi imaginación