Militancia (Febrero.2007)
- Nunca pude escribir cartas de amor.
La frase suena fuera de lugar. No estoy acostumbrado a tener con V. ese tipo de intimidad. Lo conozco hace años, es cierto. Y hasta se podría decir que tenemos una amistad. Pero de esas amistades que se construyen lentamente en torno a gustos compartidos y que reserva "cuestiones personales" para otras mesas y otros bares. En nuestro caso, la relación se asienta en charlas sobre política, filosofía y caballos de carrera. Me lleva varios años, miles de libros vividos y un intento de revolución de diferencia. Discutimos a menudo, como corresponde a dos apasionados. Pero emana de él, y llega hasta mi, un aura de heroicidad no consumada que me genera admiración. Y la ternura de terminar las discusiones dándole siempre la razón a él. En su momento ya perdió lo único que valía la pena ganar, así que sería incapaz de asestarle una sola derrota más. Así fuera la nimiedad de una polémica de café.
- Me pasé la vida leyendo para entender. Y haciendo para que escribieran. Hoy tengo casi 50 años, y sigo sin entender. Y de mi, de nosotros, sólo se escriben los fracasos.
Me tranquilizo. Lo escucho y veo que vuelve a la política. A la historia que le duele, a la clandestinidad, a los años de cárcel. El V. de siempre.
- Pero nunca pude escribir una carta de amor.
Inmediatamente sé, con certeza absoluta, que nuestra amistad pende de un hilo. Que todos estos años de encuentros ocasionales, dónde yo ejerzo el periodismo como soñaba en mis épocas de estudiante y él ejerce el arte del convencimiento, están por irse al demonio. De mi, sólo de mí, depende como siga la cosa. Me está invitando a su mundo, el desconocido. Y poder entrar es tener la pregunta adecuada. Y preguntas adecuadas, para momentos así, hay una y sólo una. ¿Por qué no supiste? ¿Nunca tuviste motivación suficiente? ¿Ah si?
Pienso, pienso y, mientras pienso, mi boca se subleva y se pone en movimiento. Sin esperar la orden de mi cerebro.
- ¿Para quién era?, me escucho.
- Digamos que era para ella. Ella lo sabe.
V. mira a través de mi, hacia la ventana que da a la calle. V. la sigue viendo, ahí, 30 años atrás. Compañera. Carece de la menor importancia preguntar nombre, lugar, circunstancias. Cada uno tiene una ella en el pasado y con eso alcanza.
-¿Que le hubieras escrito?
- Que esa última tarde que nos vimos fui feliz. Que no me importaba más nada, ni la agrupación, ni la cita de esa noche en la puerta de la fábrica de Mataderos, ni la revolución ni un carajo. Que cuando se bajó de mi auto en la esquina de Bustamante y Lavalle quería que el mundo se parase ahí, mientras la veía irse. O mejor, que se parase unos minutos antes, mientras nos besábamos. Que esa misma noche, después de la fábrica, volví con un compañero a un bar de Corrientes a tomar cerveza. Y que eran más de las dos de la mañana cuando pensé en ir a su departamento de Gallo, tocarle el timbre y simplemente decirle: “vengo a descansar, ya ganamos”.
La frase suena fuera de lugar. No estoy acostumbrado a tener con V. ese tipo de intimidad. Lo conozco hace años, es cierto. Y hasta se podría decir que tenemos una amistad. Pero de esas amistades que se construyen lentamente en torno a gustos compartidos y que reserva "cuestiones personales" para otras mesas y otros bares. En nuestro caso, la relación se asienta en charlas sobre política, filosofía y caballos de carrera. Me lleva varios años, miles de libros vividos y un intento de revolución de diferencia. Discutimos a menudo, como corresponde a dos apasionados. Pero emana de él, y llega hasta mi, un aura de heroicidad no consumada que me genera admiración. Y la ternura de terminar las discusiones dándole siempre la razón a él. En su momento ya perdió lo único que valía la pena ganar, así que sería incapaz de asestarle una sola derrota más. Así fuera la nimiedad de una polémica de café.
- Me pasé la vida leyendo para entender. Y haciendo para que escribieran. Hoy tengo casi 50 años, y sigo sin entender. Y de mi, de nosotros, sólo se escriben los fracasos.
Me tranquilizo. Lo escucho y veo que vuelve a la política. A la historia que le duele, a la clandestinidad, a los años de cárcel. El V. de siempre.
- Pero nunca pude escribir una carta de amor.
Inmediatamente sé, con certeza absoluta, que nuestra amistad pende de un hilo. Que todos estos años de encuentros ocasionales, dónde yo ejerzo el periodismo como soñaba en mis épocas de estudiante y él ejerce el arte del convencimiento, están por irse al demonio. De mi, sólo de mí, depende como siga la cosa. Me está invitando a su mundo, el desconocido. Y poder entrar es tener la pregunta adecuada. Y preguntas adecuadas, para momentos así, hay una y sólo una. ¿Por qué no supiste? ¿Nunca tuviste motivación suficiente? ¿Ah si?
Pienso, pienso y, mientras pienso, mi boca se subleva y se pone en movimiento. Sin esperar la orden de mi cerebro.
- ¿Para quién era?, me escucho.
- Digamos que era para ella. Ella lo sabe.
V. mira a través de mi, hacia la ventana que da a la calle. V. la sigue viendo, ahí, 30 años atrás. Compañera. Carece de la menor importancia preguntar nombre, lugar, circunstancias. Cada uno tiene una ella en el pasado y con eso alcanza.
-¿Que le hubieras escrito?
- Que esa última tarde que nos vimos fui feliz. Que no me importaba más nada, ni la agrupación, ni la cita de esa noche en la puerta de la fábrica de Mataderos, ni la revolución ni un carajo. Que cuando se bajó de mi auto en la esquina de Bustamante y Lavalle quería que el mundo se parase ahí, mientras la veía irse. O mejor, que se parase unos minutos antes, mientras nos besábamos. Que esa misma noche, después de la fábrica, volví con un compañero a un bar de Corrientes a tomar cerveza. Y que eran más de las dos de la mañana cuando pensé en ir a su departamento de Gallo, tocarle el timbre y simplemente decirle: “vengo a descansar, ya ganamos”.
6 comentarios:
Felicitaciones, es un ángulo que muchos olvidan.
Un viejo maestro decía que si la revolución nos negaba la felicidad, no tenia sentido.
Un abrazo
Bellísimo!!!
Un abrazo.
Juan
Bien.
Aguante ahí.
Saludos
Linda la historia, aunque sea triste.
Manolo: un honor.
Juan: gracias.
Escriba: Aguantamos.
Ana: prometemos la próxima mas up.
Abrazo para todos.
Mi querido Mendieta: por un desliz imperdonable, su página no estaba incluida entre mis links favoritos, error que será subsanado de inmediato.
Un placer haberlos conocido, a Ud. y a Eulogia.
Un abrazo.
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