Sinceramente, no tengo la menor idea de cuáles serán las
consecuencias políticas, sociales o electorales de la reciente manifestación
ciudadana del jueves pasado. Sin lugar a dudas –como absolutamente con todo lo
que sucede- traerá aparejado algún tipo de efecto y de modificaciones en la
esfera pública. Siempre, insisto, es así. Nada, nunca, nadie, está exento de
las múltiples influencias del devenir social.
Lo único que, luego de la manifestación y de leer o mirar
detenidamente las opiniones de quienes marcharon y de quienes ven con simpatía y buenos ojos esas marchas, tengo absolutamente claro es lo siguiente: no
quiero estar de acuerdo con ellos. Nunca. No quiero ponerme de acuerdo con
ellos. Nunca.
Somos distintos, y esa diferencia me enorgullece y me obliga
a decirlo a los cuatro vientos: hice, hago y haré política para combatir su
modo de ver la vida, la sociedad, la política y la economía.
Como a lo largo de toda mi vida militante, trataré de
convencer a los convencibles, a los que no estuvieron en esa marcha, a los que
no salieron a cacerolear, que son más y están en silencio, mirándolos y mirándonos.
Trataré de escuchar y de aprender de ellos, de esa gente, de sus deseos, de sus
ambiciones y de sus necesidades. Y trataré de formar parte de un colectivo político
que atienda sus demandas.
Pero con estos y con su modo de ver la vida, nada. No quiero satisfacer sus demandas ni sus
ambiciones, ni siquiera las más sensatas y las que –si uno no fuera exigente
con uno mismo pero también con los demás- a primera vista pareciéramos
compartir.
Porque cuando piden seguridad piden mano dura. Y nosotros
creemos que venimos de décadas de mano dura y esas políticas son un fracaso que
sólo llevan a más inseguridad.
Porque cuando piden libertad están pidiendo libertad para
hacer lo que ellos quieren hacer sin pensar un segundo en las consecuencias que
ese ejercicio tiene en el resto de sus compatriotas. Y por décadas enteras
tuvimos esa clase de libertad. Y esa clase de libertad perjudica a las mayorías
populares. Quieren dólares? Me importa un carajo. Jódanse. Este no es su
tiempo.
Porque cuando dicen tener miedo a lo que tienen miedo es a
perder los privilegios que siempre tuvieron, los privilegios políticos y económicos
que hacen de nuestro país un país profundamente injusto y desigual. Y cuando yo tengo miedo es miedo a volverme
como ellos, a su egoísmo, a sus patrones de consumo, a sus pautas culturales.
Porque cuando hablan de libertad de prensa le pegan a los
periodistas, y cuando yo hablo de libertad de prensa pienso en que todos –incluso
ellos- puedan opinar lo que se les canta sin temor a ser muertos,
desaparecidos, torturados, perseguidos. Y eso le pasó a tipos que me enseñaron
a pensar como pienso hoy y no tipos que piensan como ellos.
Porque cuando dicen estar en contra de la intolerancia, en
verdad lo que están diciendo es “no me gusta que me discutan, que me
argumenten, que me demuestren que soy determinado tipo de persona”. Y yo no soy
ese tipo de persona.
Así que muchas gracias, compatriotas, por marchar, por quejarse, por manifestarse y por hablar. Sobre todo gracias por hablar y sacarse las máscaras. Porque son ustedes los que me hacen ser lo que soy. Muchas gracias. Porque nunca vamos a ponernos
de acuerdo.
Por suerte.