11 enero 2011

Mendieta Beach. Summer 2011



"Ellos dos y los límites"


Vamos a tratar de ir, con calma, metódicamente, explicando tamaño arte del ser humano. La faena no es sencilla y por ende su narración, menos aún.  Pero acometeremos la tarea con la humilde soberbia que otorgan milenios de civilización. Así que saboreen lentamente, sí, como si fuera esa piel, cada letra, cada morfema, cada una de las cadenas formiculares que ahora advienen. 

Intervienen  en tan magna cuestión factores exógenos y endógenos. Entre los primeros, el entorno. A la sazón, aquí, la playa. Entre los segundos lo que viene a constituir el binomio que da sentido al presente escrito.
Pero no apresuremos el paso con bautismos nominativos cuando lo primero es eso que merece ser descripto en tanto acto. El hombre es, mucho antes que cultura, el acto y la conciencia de ese acto. Así que, sin más preámbulos, parafraseemos a Ortega (aprovechando para desearle suerte en su nuevo destino) y digamos con histórica prisa: a las cosas.
Con los años y el desarrollo de la actividad se han probado sinnúmero de herramientas y técnicas. Incluso, una vez que no quiero recordar, alguno intentó la cima del Everest apoyado en una vulgar sopapa. Y sin embargo, nada pudo reemplazar aún -con eficiencia y eficacia- las propias manos del hombre puestas a trabajar. Porque no puede acometerse la faena si no es con la habilidad y la motricidad fina propia del artesano. De algún modo (atávico?) hay un reencuentro sutil, pausado y hasta erótico de unos inquietos dedos y la tierra. Claro que aquí se trata de una igual de inquieta arena, de preferencia, la que está cerca de la orilla. La mojada. 

Y allí se lanza nuestro protagonista, con el mismo espíritu aventurero  que tuvieron sus ancestros a la hora de lanzarse a la mar. Ese mismo mar que ahora lo moja suavemente, en su vaivén lunático e inevitable.  Con la misma, también, incertidumbre. Pues justo es valorar que si bien hay señales menores, imperceptibles indicios en forma  de asmática respiración del subsuelo infértil, la empresa no tiene a priori ninguna garantía de éxito. Hay que cavar y cavar buscando el marfileño tesoro escondido en las entrañas marinas. 

Pero lejos está nuestro héroe de la mera búsqueda y encuentro para allí ya saborear las mieles del mundano éxito. Qué digo lejos, lejísimo. Ay, si todo fuera tan solo la simplista cuestión de hallar la aguja en el pajar!  Ni ahí. Porque ahí, solo, se está comenzando. Pues que una vez rozado con las yemas izquierdas el objeto de deseo, comienza el eterno juego del acercamiento y la puesta en distancia. Y para colmo, que si de por sí ya es hercúlea la lucha del seductor y de la seducida, millones de organizadas piedras regadas de sal y espuma se largan en avalancha sobre él. Se desmorona, elipsis del tiempo, la arena sobre la mano que es toda minero de profundidad.

Y así y todo, hay un punto en que ella cede a su destino de sótano. Y si el osado cazador es, ahora sí, imprescindiblemente suave, pero el mismo tiempo firme  –como con las mejores damas, off course- podrá atraerla hacia sí. Parirla, podría mataforizarse. Y allí, ya fuera de su medio, sintiendo sobre una de sus mitades casi enteramente simétricas la brisa suave del atardecer o la severa sudestada antártica, recorrerá en segundos una parábola siniestra desde el subnivel del mar hacia la prisión de estridente color plástico. 

Y si bien todo lo antedicho es siquiera una pálida sombra de la escena original, lo verdaderamente impactante, anteayer, ayer, hoy y mañana, seguirá siendo, por los tiempos de los tiempos, tener que verle la raya del culo  al chaboncito ese que está sacando almejas ahí, en la orilla. 


Dedicado a los cientos de pelotudos de un par de generaciones que estuvieron a punto de exterminar las almejas de la costa atlántica argentina. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

éste es el post, y no el anterior, que delata q estás de vacaciones echado panza arriba (no es lo mismo la raya del culo q el ombligo). enjoy a cuatro manos. abrz, normis.

tiovik dijo...

...hagame un favor don Mendieta. Si le ve la raya del orto, consigase un borcego de uso industrial (los de puntera de acero) y propinele un delicioso "shot in the cul" al depredador. Sera ecologicamente correcto..